CONVERSACIONES: Fiódor

By María García Baranda - noviembre 13, 2017





     No te doy la razón Fiódor, ¡que no! Por mucho que hayas escrito y por mucho que normalmente me guste cuanto escribes. Pero esta vez no. Que el creer que el llegar a la madurez supone el vivir tan solo ya de la fuerza de la costumbre me suena a rancio. A deprimente. A rendición. Y a vivir por vivir, ¡qué demonios! (1) ¡Eso! ¡A eso se debe precisamente que me lances una idea tan poco vitalista! ¡A los demonios! A que te has sentado a escribir sin descanso y justamente cansado como estás de algunas visiones de la vida te ha salido una obra así titulada precisamente: Los demonios. Pero yo no puedo estar más en desacuerdo contigo esta vez, Fiódor. Que ya sé que desde que somos niños todo esto se trata de ir dotando de fuerza a la costumbre. Y de que el hábito es inevitable. Nos acostumbramos y nos habituamos sí, y tomamos patrones de conducta que nos hacen sentir bien con la inercia de lo conocido. Vicios de los que difícilmente nos despegamos, además. Por no revolver. Pero de ahí a decir que del ecuador en adelante vamos con el piloto automático puesto va un abismo, creo yo. Que yo no digo que no haya quienes se tiran a dormir una vez hechas las cuatro cosas fundamentales que se le suponen en la vida, pero me parece generalizar en exceso. Y para ejemplo el mío, Fiódor. Porque todas aquellas inercias que yo adquirí y desarrollé desde bien joven, las aparté a un lado al cumplir los treinta y cinco, año arriba año abajo. Que soy la viva prueba de haberme convertido en algo bien distinto a lo que un día fui. Sí, y sigo siendo yo, con mis manías y mis tendencias más marcadas, hija de mi madre y de mi padre, pero a mí la edad, lejos de anquilosarme en lo aprendido, me ha liberado de cadenas. Que las tenía, sí, y bien gordas. De esas esmaltadas en lo que se supone que corresponde al cómo se hacen las cosas. Y ya ves qué curioso, que el devenir de los acontecimientos me ha hecho más libre, menos cuadriculada, más optimista y menos preocupada por lo irrelevante. Y no creo que sea la única, amigo. Estoy segura de que por ahí existen cientos, miles, millones de personas a las que determinadas experiencias les hacen lanzar por la borda sus conceptos del bien y del mal, de lo que se espera de ellos, del mapa de la felicidad y  las costumbres que tenían repetidas día tras día. Decir adiós a todo eso, pero sin darse cuenta, a sorbitos. Hasta llegar un día en el que viven, sienten la vida, de un modo bien distinto. Siempre hay un punto de inflexión que marca el ritmo cuando todo lo conocido parece engullido por una marejada. Y los nuevos hábitos o la ausencia casi total de ellos aparecen con brillo propio. A veces no queda más remedio para sobrevivir. A veces salir de la fuerza de la costumbre se hace imperioso o surge como un delicioso y apetecible descubrimiento. Así que Fiódor, como dirá una figura exquisita en mi país dentro de unos años: “no te pongas estupendo(2). Sal de lo oscuro y dale un giro de ciento ochenta grados a todo esto. Es como volver a empezar. Llámalo darse una oportunidad para publicar una segunda edición de la obra o llámalo espabilar, como tú quieras. 


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1. 
La segunda mitad de la vida de un hombre está hecha únicamente de los hábitos adquiridos en la primera mitad”. Los demonios (1872), de Fiódor Dostoievsky.

2. 
No te pongas estupendo”. Significativa expresión reprobatoria aparecida en la obra Luces de bohemia (1920), de Ramón María del Valle-Inclán, que se refiere a la acción de dárselas de sabio y conocedor de la verdad.




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