Anna Karenina fue víctima perfecta de un verdugo social, elegantemente ataviado con las ropas de la doble moral. Indumentaria espesa, regia, pesada. De opaco terciopelo negro, tal vez. Fue ella, símbolo femenino de la literatura decimonónica, la que se quitó la vida, pero la colectividad, carne de relación ilícita en salones privados y refinadas formas ante el público, fue quien empujó su alma a buscar el final de su cuerpo. Fue por tanto carne desmenuzada por una sociedad hipócrita. Y Ana Ozores lo fue. Y Fortunata. Y El Jeckyll con su Hyde. Y eso tan solo asomándonos a siglo y pico atrás, pero la literatura es buena forma de ver ejemplos de un mal estructural que ha acompañado al hombre per saecula saeculoum. Ayer, hoy, y… Y en todo ello, gentes sin cara, caras sin nombre dispuestas a convertirse en castigador azote de las relaciones libres, del impulso erótico, del amor sentido, de los instintos,… pero cuando es de otros, cuando es al resto a los que afecta. Y ello siempre a fin de compensar sus propios tormentos, nacidos precisamente de las mismas humanas y naturales emociones, y de un deseo ferviente: ser feliz. Sentimientos de culpa purgados en vida ajena. Lo tuyo está mal visto, es inmoral, resulta del todo inaceptable. Lo mío en cambio,… lo mantengo en secreto y con el silencio atenúo sus rasgos menos bellos. Idéntica tal vez, terrible a veces. Pero que no se sepa, porque quedará mal.
Y es que resulta triste acercar nuestros ojos hacia cualquier ventana, observar su interior y ver que, un día como hoy, por ejemplo, se dan a cientos los casos en los que la doble moral sigue fresca y viva, nutrida de la sangre de las vidas ajenas. Nada ha cambiado. Nadie ha escarmentado en cabeza ajena. Ni ha dulcificado sus formas. Ni ha visto que una conversación vacía de sustancia puede herir profundamente a quien solo quiere ser dichoso y sentirse libre. Mientras escribo esto me vienen nombres propios y apellidos, caras cercanas, a los que con aire inquisitivo he visto u oído formular numerosísimas veces sus cuestionamientos enjuiciados. Su sentencia implacable. Su “está bien o está mal esto que haces”; en frío y sin saber de qué va el rollo. Su “yo jamás lo haría”. O su “si a ti te sirve”. Para después, pintar de un velo de mutismo sus propias vidas, pensando que de ese modo ocultan que su actuación, su experiencia privada adolece de los mismos males, cojea del mismo pie y acumula debilidades. Que todos tragamos cosas intragables. Que no somos tan dignos. Y que las historias de los cuentos son latigazos a la vida real. Con látigos de varias colas y vinagre en las heridas.
El bien y el mal, lo moral y lo inmoral, lo correcto y lo incorrecto. Ese es el virus inoculado en toda vida cuando se hace efectiva y sale adelante con el primer llanto. A partir de ese momento, los individuos somos programados para vivir en sociedad, comportándonos según lo que agrade y satisfaga al resto. Que nuestros actos y decisiones personales nunca incomoden. Que no hagan sentir de menos, que no dejen de contribuir a que otros se sientan más. Todo ello a costa, si fuera necesario, del propio bienestar. Gran sacrificio, pero así siempre hablarán bien de uno. Y yo daría al traste de un simple pero impío espadazo con ese concepto judeocristiano del bien y del mal, en el que, a mi entender, este último tiene su máxima expresión en el hecho de que un ser humano mire a otro a la cara, vea su tristeza y no mueva un dedo por aplacarla. Así de simple. Y desde ahí,… una larguísima lista de comportamientos cotidianos asentados todos sobre la base de: que nunca nadie sea más feliz que yo. Ardua tarea la del usuario de esta tendencia. Agotadora. Y devoradora de una sempiterna práctica de doble moral de andar por casa.
2 comentarios
Maldita casualidad... Mientras me duchaba esta mañana pensaba en una persona en concreto con esta doble moral absurda, me preguntaba: ¿Realmente es doble moral? Y resultó que no, que simplemente se autoadjudicaba, y los demás lo hacíamos igualmente, unos ideales que luego en ningún momento llevaba a cabo. Así que esta doble moral, si rascas un poquito, no es sino la manía que tenemos de dar "consejos vendo y para mí no tengo" jaja.
ResponderEliminarLa envidia, los celos y el roerse a uno mismo por dentro también están ahí, creo yo. Hay tendencias un tanto obsesivas a tratar de deshacer y desvirtuar lo que tiene aspecto de apacible y exitoso. Así que, añadamos otros dos elemento: mezquindad y frustración. ¡Ea!
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