Dicen que para escribir hay que vivir. Vivir mucho. Ir de acá para allá sin billetes ni planes, observar a la gente con la exquisita atención de quien analiza una obra de arte. Hablar con todo el mundo, sin distinciones, como si en cada conversación fueran a resolverse los principios esenciales de la vida. Escuchar sus historias y hacerte partícipe de ellas. Un personaje más. Provocar las tuyas, dándole a cada la importancia de ser el epicentro del terremoto que recolocará tu existencia. Vivir para poder escribir.
Y eso estoy haciendo: vivir mucho, intensamente. Como yo sé. Y degustar cada momento. Y sentirlo como si fuera el único, que no como el último; que eso siempre tiene sabor a precipitaciones y a tropiezos por las prisas. Vivir con verdad y avanzar impulsada por la propia fuerza natural de la marea. Y es que la vida, sabia como a veces es, sabia como la hacemos en realidad, no nos permite vivir de otra manera. Hay ocasiones, sí, eso es cierto, en las que nos deja deambulando por el limbo de la sinsustancia, de un desasosiego leve, muy leve, casi imperceptible, que nos imposibilita satisfacer del todo nuestras necesidades. Nos obliga a permanecer colgados por tiempo ilimitado de un estado que no es el nuestro, hasta que de dos o tres fuertes sacudidas inesperadas, caemos al fin al suelo. Y sin embargo, y por fortuna, hay otras en las que, tras las carambolas precisas, esa vida nuestra nos coloca en el lugar exacto, para vivir percibiendo el sentido del gusto de cada uno de sus días. Un despertar tranquilo y vivo a un mismo tiempo, acompasado. De la mano justa y perfecta de quien te da esa vida a cada instante. Vida, sí. De la que sé a qué sabe y cómo sienta. Esa vivo. Y me gusta a rabiar.
Así que tal vez escribo algo menos últimamente, pero esa es la razón. Que intensa como soy, muy intensa, ¡muerdo cada momento! Y de un bocado soy capaz de saber cada matiz que guardan todos sus ingredientes. ¡Tan exquisito! Y de enamorarme de su aroma, de su textura y del placer que encuentro en cada minuto que permanecemos en total sintonía. Así que, como para escribir hay que vivir, escribo porque vivo, que no en su lugar. Que ha sido mi refugio muchas veces ante la ausencia de acontecimientos y de deseos consumados. Que ha sido descargo y desahogo, lo que no está mal y es también necesario, pero si no supone el gesto un grito sordo a la desesperada. Que escribo ahora tan llena, tan feliz, tan inmensa, que no robo un minuto de vida a estos, mis días, que me nutren el alma.
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