VIENTO

By María García Baranda - octubre 18, 2017





      De repente entró un apacible viento por la ventana. Cálido, muy cálido. Me pilló estornudando, constipada y me abrazó. Yo me dejé abrazar. Y le dejé quitarme aquel frío. Y templarme. Envolverme con los ojos cerrados. Pero pronto levanté la vista, instintivamente, y percibí que aquel no era un viento cualquiera. Era El Viento. Ese que llega pisando con firmeza, pero sin hacer ruido. No quiere revolver, pero revuelve el polvo. Y llega así, sin más, sin previo aviso. Sin preguntar siquiera. Buscando sus espacios. Colándose entre las rendijas que separan mis huesos, enredando sus manos entre los mechones de mi pelo, enlazando su brisa entre mis dedos y tumbándose al sol de mis pensamientos más secretos. Esos que con él dejan de ser secretos. Llega así, como aquel que no quiere la cosa. Pero quiere. Y yo. Sabiendo de las témporas lo mismo que los hombres de campo. De corrientes; tanto como hombres de la mar. Y de abrigo, de ponerse a resguardo, como saben los hombres del hielo. Y eso es saber bastante de la vida, créanme. Y aquí está. Paseando por mi vida. Ese viento que se lleva las nubes y que despeja el cielo de humos rancios, si amenaza tormenta. Que arranca lo marchito. Pero también aquel que te revuelve el pelo hasta sentirte guapa, incluso despeinada. Desnuda, dada vuelta o colgada boca abajo. Que levanta las briznas que te ciegan los ojos, para que te concentres en los otros sentidos. Que te altera la mente para que no se duerma ni un momento. Ese viento. Ese. Justo ese de ahí.

     Pues sí, así mismo les cuento. Así como me leen. Llegó al fin ese viento y levanté la vista. Tan pizpireta yo. De un solo movimiento y los ojos atentos. Y supe que los tiempos amenazaban cambio. De estación y de mes. Y de temperatura. De mareas. De clima. De humedad. Y de risas. Y me impregnó la estancia. Y la casa. Y los días. Y me calmó el ambiente. Y lo llenó de luz. Y despertó el instinto natural y el deseo constante. Y las ganas de vida. Y las ganas de más. Ese viento caliente, revoltoso y rebelde. Y pausado a la vez. Y pensado con creces. Y terrenal al tiempo, ¡menos mal! Y,… ¿qué hice?, preguntan. Lo único con cabeza y con más corazón. No cerré la ventana, ¡qué va! Muy al contrario. Ni tampoco la puerta. Mucho menos con llave. Abrí de par en par. Y a la vez yo con ellas. Inevitablemente. Encandiladamente. Y me dejé llevar. Muy acertadamente. 








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