PEQUEÑOS ESBOZOS: Un lugar en el mundo sin miedo

By María García Baranda - octubre 12, 2017

   


         Dicen que existe un lugar en el mundo apartado, recóndito, donde nada duele, nada hace daño, nada priva de esbozar una sonrisa. Ese lugar no existe en los mapas, no hay localizadores que marquen sus coordenadas, ni guías que lleven hasta él. Se sabe de su existencia por las historias contadas de boca en boca, pero el caso es que nadie que haya ido a él ha regresado de vuelta, por lo que mucho menos ha podido narrar su estancia allí, ni describir cómo es o dónde se halla. Al parecer en ese lugar no existe la sensación de miedo. Cuando se experimenta una emoción simplemente se vive. Los sentimientos se paladean naturalmente, hasta relamerse. Los sueños se persiguen hasta cumplirse, pero una vez despiertos. Y los proyectos de vida se llevan a cabo, sin perder fuelle por el camino, ni tener que sortear zancadillas ajenas. Eso provoca que nadie se frene en seco a sí mismo, por lo que tampoco hace acto de presencia el sentimiento de la frustración, lo que a su vez da lugar a la inexistencia de envidias y celos, o de manipulaciones. Cada uno desempeña su propio papel en la historia y nadie, absolutamente nadie, entorpece el camino del resto. Desde luego en ese lugar han puesto en práctica el lema de vive y deja vivir. Y debe de irles bien porque, como digo, nadie ha regresado para contarlo. El que va se queda, eso está claro.
          Creo que es además un lugar en el que, según he oído, la gente no se pone en manos ajenas, ni deposita su propia felicidad en nadie más. Cada uno se procura su propio bienestar interno y trabaja su desarrollo individual, siendo después cuando lo traslada al resto. Lo comparte. Así que tampoco existe sensación de dependencia, y por ello las relaciones se convierten en mucho más auténticas. No hay intereses, no hay necesidades enfermizas, ni reclamos absurdos. Las personas se comparten y acompañan porque sí, porque quieren hacerlo de corazón y de un modo absolutamente limpio. Y por eso se quedan unas junto a otras sine die. Son al fin cómplices de vida. La lealtad personal, en el más amplio sentido del término, alcanza allí cotas inimaginables en otras latitudes. Inaudito. 
           La cuestión es que me preguntarán cómo sé yo de ese lugar, si no hay testigos directos de él. Pregunta lógica y duda razonable. Pues muy sencillo, por dos razones. La primera es que yo misma lo experimento de cuando y cuando, y si me dejan las circunstancias y quien me rodea. La segunda y más fiable es que tiene que existir ese lugar en el que la llave de entrada es ser valiente para, simplemente, vivir. Sin complicarnos la existencia unos a otros o a nosotros mismos a causa de taras minúsculas de efectos devastadores y descomunalmente grandes. Ese lugar, pues, tiene que existir,… aunque solo sea para contrarrestar el batiburrillo que armamos en todo  esto, los dolores sufridos y provocados, lo mucho que perdemos por el camino por temer, simplemente, vivir. Por eso sé que existe un lugar en el mundo sin miedo y donde solo se siente. 

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