Es realmente curiosa, paradójica la acción en que
coloco entre mis dientes mis propios huesos para defenderme férrea y
belicosamente de agresiones externas; muerdo firme mi tibia hasta que el
tuétano se esparce entre mis labios, respiro y suelto el aire, entonces rujo.
Contradictorio movimiento en que mirando hacia mí
misma, por mí misma, blindo la entrada y cierro las espitas de achique ante el
terror de que se escape mi sangre y mi cerebro por las finas rendijas; mi forma
de pensar, aquello que me gusta, mis manías, en lo que me he convertido, las
costras de mi piel, mis decisiones, mis vigas maestras, mis ratos en silencio, mis
pocas apetencias o momentos en blanco. Por miedo o por recelo, que es lo mismo.
Qué torpeza la mía, porque cuanto más viajo
hacia mí misma, cuanto más me protejo de tormentas o levanto la mano izando mi
bandera… es cuando sin dudarlo yo me siento más sola.