No sé si importa el dolor. Tampoco sé si importan los
momentos de absoluta felicidad. Ni los momentos de miedo, ni de inseguridad, ni
de tristeza, ni de risas despreocupadas, ni de duermevela del alma...
Quizá su relevancia es relativa, solo magnificable en el
momento preciso en el que se están viviendo. Y tras eso... expiran y dan paso a
otros.
Pero lo que indudablemente sé que sí importa es la huella
que dichos momentos dejan en ti y el crecimiento personal derivado de ellos.
Las reflexiones a las que nos llevan, el posterior proceso de reconstrucción,
la lección aprendida, el reto de superación y la evolución de la propia alma.
Al fin y al cabo, estamos aquí de paso y nuestra existencia se forma de un
crisol de sentimientos, sensaciones independientes, sentimientos aislados y
vivencias diversas...que aunándose y agitadas despacito conforman precisamente
eso: nuestra vida.
Y no hay cinismo ni infravaloración en mis palabras. No
le quito ni un ápice de importancia a ninguna de las experiencias que
enfrentamos, precisamente porque creo sinceramente que todas y cada una de ellas
hay que vivirlas con ahínco e intensidad. Tampoco pretendo relativizar. Es tan
sólo que intento no perder la perspectiva de que a lo largo de los años habrá
de todo, bueno y no tan bueno, malo y espantoso, y a pesar de ello lo que
importa es resistir y aprender de ello. Pero sobre todo no perder nunca las
ganas ni la capacidad para emocionarse y enternecerse.
Detrás de mis sombras está siempre mi Sol.
Detrás de mis sombras está siempre mi Sol.