Hoy me he levantado con un tema en la
cabeza nada fuera de lo común. Surgió anoche mismo, durante una cena. Se trata
de algo tan viejo como el mundo, pero parece que no por ello deja de ser
vigente. ¿Es posible la amistad simple, blanca y desinteresada entre un hombre
y una mujer?
La
pregunta fue lanzada al aire y ahí se armó el belén. El frente femenino
defendía a ultranza, a capa y a espada que se dice, la posibilidad de que una
mujer pudiese contar con un hombre entre sus allegados más íntimos, sin que por
eso existiese un interés amoroso o físico. Por su parte, el frente masculino
negaba la mayor, afirmando vehementemente la imposibilidad de ello. Mantenían
ellos que cuando entre un hombre y una mujer se forma un vínculo estrecho, hay
siempre –o lo ha habido en un pasado– como trasfondo un interés o posibilidad
de intimidad cuando menos física. A decir verdad, me hicieron dudar. Y saltaron
los ejemplos.
Comenzamos a hacer memoria entre los
amigos del sexo opuesto con los que todos contamos. Hicimos recuento, revisamos
la lista y casi todas nosotras conseguimos extraer un número más o menos amplio
de casos en los que un hombre forma parte de nuestra vida sin que por ello haya
la menor posibilidad de mantener con él otra relación que la amistosa. Nos
rebatieron, aduciendo que, si hasta el momento no había habido peligro de
intimar, eso no significaba que no pudiese darse en un futuro. E incluso,
mantenían que, si bien nosotras no considerábamos la posibilidad, ellos
seguramente sí lo habían hecho.
Lo expuesto hasta aquí lo escribí hace ya más de cuatro
años. Y como puede observarse me detuve en seco. No fui capaz de llegar a una
conclusión sobre quién estaba en lo cierto y ahí lo dejé. Hoy al releerlo me
doy de bofetadas por ingenua o quizá por desconfiada. Cuando preguntas a varios
hombres adultos sobre ese tema y todos ellos defienden firmemente tal
argumento, hay que creerlos. Por aquel entonces quizá fuese una idealista,
aunque más bien creo que simplemente no hice una correcta reflexión al
respecto. Desde entonces hasta hoy no he pasado por la experiencia personal en
la que mis amigos me hayan desvelado en bloque y de la noche a la mañana,
intereses sentimentales o de otra índole, ni nada por el estilo. Pero por el
camino he aprendido a escuchar las opiniones de ellos. Si así lo reconocen, así
he de aceptarlo. Ayuda también que precisamente ayer, leyendo curiosidades por
Internet, di con un artículo en el que se demostraban las bases científicas de
la cuestión. Si me quedaba alguna duda al respecto, se me fue al traste y de
paso me acordé de estas primeras letras que hoy retomo.
En efecto he de darle el verdadero sentido a la
cuestión. No se trata de que todo hombre se lance en plancha ante cualquiera de
sus amigas, ni que un hombre no sepa mantener una relación de sana y
desinteresada amistad con una mujer. Se trata de que se encuentra
científicamente probado que son más numerosos los casos en los que un hombre ha
considerado la hipótesis de ver a una amiga como posible pareja, que a la
inversa. Y paralelamente hay otro dato que me ha dejado absolutamente de
piedra. Con mayor frecuencia que las mujeres los hombres piensan que las amigas
que les rodean pueden llegar a sentirse atraídas por ellos en algún momento. La
razón estriba en que son ellos quienes suelen sentir dicha atracción física y
como consecuencia la catalogan como mutua. Craso error. Siento decepcionar con
ello al sexo masculino, pero la ciencia ha hablado. Y como mal de muchos es
consuelo de tontos, añado la guinda del pastel con algo que nos deja a unas y
otros totalmente fuera de órbita. Al parecer, ellos sobrevaloran el atractivo
generado en las mujeres y nosotras tiramos por los suelos e incluso negamos el
que generamos en ellos. ¡Madre mía, así nos luce el pelo!
Me permito concluir con algo que de antemano advierto que
roza la pataleta femenina, pero ahí va y me voy a quedar tan a gusto. Si como
dicen, ellos creen que sus encantos deslumbrarán a cuanta fémina se cruce entre
sus amistades, ahora entiendo por qué son más reacios a comprometerse con una.
Es como el niño que va a la tienda y no se decide por un juguete, al saber que
hay más y creer que todos ellos están a su disposición. ¡No vaya a ser que
aparezca uno que guste más! No se ofendan, chicos.