Las calles son senderos de doble sentido. Caminos de ida y de vuelta. Hay quienes comienzan por el principio y de modo ordenado van recorriendo metro a metro hasta alcanzar el fondo. Otros, en cambio, deciden recorrer el camino a la inversa, iniciarlo en lo que para otros es la meta y acabar en el origen. Sea como sea, no dejan de ser formas de vivir la vida.
La primera de ellas, para mí supone el ir construyendo un lugar en el mundo, yendo desde la individualidad hasta estar listo para ocupar un rol social. Pongamos un ejemplo. Yo nazco, hace cuarenta y un años, y se me pone el nombre de María. Soy un bebé prematuro, de no demasiado peso, pero de notable altura. Ojos grandes. Manos grandes. Pies grandes. En ese momento, eso es lo que soy. Es con el pasar de los meses y de los años que me voy forjando una personalidad, una identidad, y con la experiencia voy siendo capaz de ocupar distintos roles sociales. Hija, hermana, nieta,..., amiga, novia, exnovia,... escolar, universitaria, profesora,... Paso a paso desempeño distintos papeles, con más o menos éxito, en función de mi personalidad e identidad.
La segunda de ellas, consiste en deconstruir. Más que el camino inverso desde el inicio, supone deshacerlo una vez comenzado. Inicia el ser su andadura desde la cuna, formando de a poquitos su identidad, pasa luego a ocupar roles diversos, y un día, de pronto, se da cuenta de que esos roles se están comiendo esa identidad y rasgos únicos e intransferibles. Es el momento de poner pie en pared y ahí da comienzo al camino opuesto. Va despreocupándose de dichos roles, va evitando que el cumplirlos a rajatabla lo minen, y opta por potenciar su personalidad. Elige ser fiel a lo que es, a lo que siente, a lo que vive. Y se da cuenta de que el exterior no es tan importante como su propio yo. ¡Qué más da lo que sea, mientras sea! ¡Qué importa lo diseñado mientras perdure lo que importa!
Crecí pensando que habría de ser la mujer perfecta en todas mis facetas. Pero alguien me dice que no debo exigirme tanto. Ni castigarme. Ni autoculparme. En realidad está, quizá sin ser del todo consciente del proceso, empujándome a reforzar mi identidad y a salir de estereotipos que yo misma me he autoimpuesto. Qué paradójico, porque a mi entender eso es querer a alguien de verdad. Ayudarle a que sea quien es, libremente y de forma auténtica. Yo que siempre quise darle mi cara más impecable. Y paradójico también, porque justo en este momento mi deseo más fuerte es abandonar los roles, olvidarme de ideas absurdas y amargas, y ser simplemente María, ofreciendo así únicamente mi identidad. No quiero ser nada en concreto, porque siendo María ya soy suficiente para quien sé que me quiere limpia y generosísimamente. Jamás pensé que tanto. ¡Qué afortunada! ¡Qué agradecida!