En cuarenta y tres
años que tengo he procurado conducirme casi siempre desde la perspectiva del
equilibrio. Ser más o menos tolerante –término no demasiado de mi gusto por sus
connotaciones o bien peyorativa y de superioridad, o bien de rendición y que
supone soportar– con aquellos que seguían ciertas ideologías, aunque su ideario
me hiciese hervir la sangre en algún caso. Trataba de pensar sus causas, sus
porqués, sus visiones, sus sentires. E incluso cuando no hallaba explicación,
simplemente me decía: cada uno opina como quiere y lo que quiere.
Pero nunca más, se
terminó. Ciertas conductas no son ni respetables ni tolerables. Pretender
decirle a otro ser humano cómo ha de ser y sentir en su vida privada, cuando
esto vulnera los derechos humanos y/o sus derechos fundamentales ni se respeta,
ni se tolera. No hay esa opción. Ni el racismo, ni la xenofobia, ni el sexismo,
ni la homofobia… se toleran. Y ni mucho menos se respetan. Tales conductas se
combaten con el cuchillo entre los dientes y se aniquilan. Y se dicen a la
puñetera cara, sin paños calientes. Porque esos tiempos –también frecuentados
por mí– de ser moderadamente discreta y no decir para no herir han llegado a su
fin por lo que a mí respecta. Al miserable hay que llamarle miserable, a la
cara y bien alto. Y al golfo y al canalla también. Hay que decirlo y
pregonarlo, escribirlo y repetirlo, difundirlo y explicarlo sin que nos tiemble
la mano. Al menor indicio.
Y es por todo lo
anterior que es justo en toda esta vorágine social y política que recorre nuestro
país que un solo pensamiento, con infinitos desarrollos, formulo y reitero: España es un país plagado de imbéciles y
sinvergüenzas. Y no hay otra posible explicación. En pocos días los
ciudadanos españoles tenemos una cita con las urnas y en todo ese panorama se
da la presencia de un conglomerado de partidos, tres para ser exactos, que si
bien hubo un tiempo que formaron una sola piedra, hoy se pintan de colores
distintos para separar el trigo de la paja. Si me dejara llevar por esa
tentación de buenismo tolerante con el que me inicié en este texto, podría
decir que es lo propio y lo enriquecedor para una democracia, pero esa premisa
ya no hay por dónde cogerla. Y explicaré por qué.
Para empezar, se da
la circunstancia de que no vivimos en una democracia. Nunca lo fue. Porque un
sistema en el que es posible, tangible y ahora hasta real y demostrado poner en
pie una policía
política –obscenamente llamada policía
patriótica- para espiar, acosar y difamar a los contrincantes políticos con
la finalidad de secuestrar el pensamiento y voto libre de los ciudadanos, no es
una democracia. Un sistema en el que en campaña electoral se formulan
afirmaciones falsas, injuriosas, mentiras
evidentes y constatadas, con la
finalidad de secuestrar el pensamiento y voto libre de los ciudadanos, sin que
exista un cauce legal de penalizar o incluso sacar del juego al culpable, no es
una democracia. Un sistema en el que el medio de elección no presente garantes
de imparcialidad y control suficientemente firmes y sea posible adulterar los
resultados electorales por parte de la empresa
contadora de votos con la finalidad de secuestrar el pensamiento y voto
libre de los ciudadanos, no es una democracia.
En segundo lugar, no
tiene nada de enriquecedora la legalidad de tres partidos integrados por: ladrones,
mindundis con ganas de medrar o aparentar a costa de la ciudadanía, fascistas y
seres sin escrúpulos. A día de hoy al menos dos de esos partidos, PP y Vox,
deberían estar directamente ilegalizados. El tercero es un reducto de restos de los otros dos, aunque no por ello descafeinados.
El primero de ellos,
Partido Popular, destaca por presentar una corrupción sistémica. Y eso quiere
decir que no es que no se trate únicamente de casos
aislados de corrupción, eso ya está bien visto a la luz de que son más de
doscientos sesenta miembros los encausados y más de tres mil miembros los
implicados en los gobiernos central, autonómicos y municipales; se trata de una
organización criminal en toda regla con un elaborado entramado que abarca
aspectos que van desde la formación del partido, su financiación, su
infraestructura, el ascenso de sus miembros a puestos de responsabilidad, la
gestión de los presupuestos públicos mediante un mecanismo de favores a amigos,
conocidos y usuarios convenientes, la guerra sucia al contrincante político, la
manipulación de información, el amaño de elecciones, la prevaricación y
malversación de fondos y las puertas giratorias para la jubilación. Todo ello
sin una sola palabra que explique lo sucedido, sin una sola frase de perdón, sin
un solo gesto de enmienda –para prueba las noticias
de hoy mismo, no cesan los angelitos de emplear tácticas sucias-. Las prácticas
al más puro estilo de la camorra me las dejo para otro rato. Y no lo digo yo,
ni siquiera la prensa. Lo afirman, acusan, investigan y sentencia, los juzgados
de primera instancia, audiencias provinciales, Tribunal Superior de Justicia, Audiencia
Nacional, Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo y Tribunal de Justicia
de la Unión Europea. Y lo declaran el partido más corrupto de Europa de la
historia de nuestra ficticia democracia.
El segundo de ellos
es el neonato VOX,
lugar de reunión y cobijo de aquellas reminiscencias franquistas toda vez que
se difuminó el régimen y sus hijos y acólitos; así como quienes no se atrevían
a manifestar su rechazo, recelo y odio a inmigrantes, homosexuales,
progresistas, feministas u otras razas. Hoy no callan. Lo gritan reforzados por
su sentimiento de pertenencia a un grupo donde creen ser algo para paliar su
adormecido complejo de sentirse individuos sin entendimiento, cultura o
educación, oficio ni beneficio, de ser escoria anónima paseando por las calles
mientras todo el mundo los ningunea. Y para muestra su cabeza,
a quienes estos –hambrientos de un caudillo- elogian sin saber muy bien por
qué, a pesar de ser un individuo que apenas ha contribuido a la sociedad a
través del desempeño de un trabajo al uso y su correspondiente cotización de
impuestos y aportación a la Seguridad Social. A pesar de ser un individuo
forjado en el seno del Partido Popular y en especial bajo el ala protectora de
la madrina Esperanza Aguirre. Este, que con el mismo sistema de funcionamiento corrupto
que aprendió durante dos décadas en el seno materno del PP y toda vez que
saboreó la hiel de que ya no lograría más hitos, fue cuidadosa y hábilmente
buscado por las élites –principalmente financieras– entre el grupo de los tontos
útiles para encarnar ese irrisorio espíritu cidiano y pelayesco de patada en la
boca a nuestra historia y así aglutinar a quienes se desencantaban con el otro
partido y tenían ya la lengua llagada de callar sus ofensas a los derechos
humanos. Esos que defienden en cada declaración ahogar al completo el Título I
de la tan revisable Constitución Española; y manifiestan, ya en boca de su mandatario
jefe, de los miembros de su partido, o de los muchísimos seguidores ultras,
neonazis de medio pelo y fascistas de pro –tampoco lo digo yo, les animo a que
visiten las páginas de este partido en las redes sociales; temblarían-.
Cuestiones todas ellas más que alegables para una ilegalización en toda regla e
inmediata.
Así que con este
panorama, yo lo afirmo. Y lo hago hasta el final: España está plagada de imbéciles y sinvergüenzas. Porque donde se
termina el derecho a pensar como uno crea pertinente, empieza el abismo en el
que se apoyan y facilitan las tropelías que incluyo más arriba. Y cuando un
votante, equis, observa que aquel partido político que apoyó y en el que creía
se encuentra de lleno en la ilegalidad, en el robo directo a los ciudadanos –él
incluido-, en conductas delictivas y en atentados a las libertades
fundamentales del individuo, entonces ese votante ha de ejercer su obligación, responsabilidad
y derecho de retirar el voto a esa amalgama de criminales. Prometo por
experiencia que se siente una dignidad tremenda al no saberse comprado por los
corruptos. Yo aún celebro haber retirado mi voto en su día al partido al que
apoyaba, toda vez que me estalló en la cara su gestión corrupta. ¿Y si no lo
hace? Si no lo hace, mucho me temo que ese votante estará padeciendo uno de los
dos males anteriores. O bien es imbécil, en profundidad, por permitir que se
estafe y robe a manos llenas, que se manipule y engañe sin escrúpulos, y no
verlo. Máxime cuando es a él a quien se roba y estafa, a él al que se manipula
para seguir contando con su voto, y a él a quien se engaña en la confianza que
les da el pensar que a ese lado hay, efectivamente, una mente muy simple. O, en
el segundo de los casos, es un sinvergüenza. Ya de los que aunque sepan que se
está cociendo el caldo gordo, miran a otro lado aunque no vaya con ellos,
porque queda bien y es muy chic. Ya de los que se bañan o reciben algún tipo de
beneficio de la magnitud que sea. En ambos casos, cómplices de criminalidad
legal y/o moral. Ya no hay cabida para nada más en esos partidos hoy día, ya lo siento. Así que ellos verán el rol con el que se identifican. Y el resto… si no hacemos algo por combatirlo,
pagaremos –ya lo hacemos- un precio altísimo. 28A