Nunca he sido de las personas que se mueren por ver su futuro a través de un agujerito. No quiero saber, bajo ningún concepto, qué me espera allí delante. Creo que no podría soportar saber todo aquello que ocurrirá escapándoseme de las manos y de mi control. Si algo tiene vivir en modo presente es que podemos tomarnos la vida en pequeños tragos, en dosis más o menos digeribles. Y bastante es. Así que no sé qué traerá el año que comienza en horas, pero no quiero saberlo. Tan solo miro a este que hoy termina... y repaso.
Recuerdo de forma cristalina, casi como si fuera hoy, el modo en el que comencé el año. Podría reproducir palabra por palabra, conversación a conversación, sensación a sensación. Sé bien cómo llegué a la medianoche y lo que pasaba por dentro de mi cabeza. E igualmente cómo amanecí la mañana de Año Nuevo y cómo fue transcurriendo el día. Envuelta en tristeza. Tremendamente triste. Y más. Y rememoro en mi cabeza cada mes. Enero, febrero, marzo, abril… Si aquella mañana hubiera sospechado lo que me esperaba a la vuelta de la esquina y los esfuerzos internos que tendría que llevar a cabo, me habría desvanecido en humo. Ha sido un año complejo. Se ha llevado consigo trozos de mí. Me ha visto estar digna, esperanzada, luchadora por lo que deseaba, derribada en el suelo y extremadamente debilitada, rota en mil pedazos y fortalecida por mi propia tozudez. Me ha visto aguantar temporales, actuar dubitativa, blandísima, sentirme felicísima, sorprendida, rabiosa, dulzona, celosa, iracunda, amorosa… Ser impertinente, punzante, comprensiva, dialogante, rencorosa, empática… Una noria de emociones y de sentimientos concentrados en 365 días. Mi año. Y en él los deseos que formulé y que no se cumplieron. Como aquello que no esperaba que ocurriese y que ha sucedido. Impresible todo.
Por eso… Por todo aquello que varió, que se deshizo sobre sí mismo llevándoseme casi en el trayecto, y mutó de aspecto. Por cada cambio que experimenté en mí, ya fuera obligado o elegido. Por cada aprendizaje bien a fuerza de lágrimas o a fuerza de coraje, aun no sabiendo bien qué es lo que hacía ni cómo hacerlo, así como tampoco si funcionaría. Por los momentos de dolor amargo, que los hubo y muchos. Sentidos, también sinceros. Por cada decepción y cada vez que me sentí pequeñita, por culpa propia o ajena. Por cada desengaño y cada decepción, cada mentira oída y cada confesión escuchada. Por cada brote de sinceridad verdaderamente apreciada. Por cada vez que me levanté aunque volviera a caerme al rato. Por aquello en lo que fracasé a pesar de haberme dejado la piel en intentarlo. Por mis equivocaciones y los daños que causé aun sin quererlo. Por el golpe a mi conciencia cuando no tuve más camino que el de salir corriendo y darme mi lugar. Por mi afán de supervivencia sin remedio cuando no me quedó más opción. Por mi amor propio cuando me faltó en demasía. Por mi entrega desinteresada, aunque supusiese olvidarme de mí. Por mi desubicación cuando no sabía dónde estaba ni hacia dónde debía dirigirme. Por mi corazón,… se hallara como se hallara en cada momento. Pero también por los tiempos buenos que acompañaron a esos días. Por cada instante de respiro, de esperanza, y de lucidez. Por cada minuto de sosiego y cada segundo limpio. Por los meses de sueño, de letargo y de respiración asistida. Por la luz al final del túnel y los primeros atisbos de vida. Por la savia fresca que hoy me alimenta y la cara joven del Amor que vivo. Por haber podido a pesar de los años, de mi edad y las muescas. Por sentir de nuevo y sentir lo nuevo, lo antes nunca visto. Por vivir la entrega que se me dedica, la complicidad compartida y el cuidado que se me profesa. Por recuperar la mujer que soy y tenía olvidada. Por enamorarme. Porque no vivo mirando al mañana, porque ya no espero lo que nunca llega, porque vivo el hoy. Por los buenos deseos que albergo en mi interior más privado. Por el día de hoy.