Naturalmente que asusta un tanto iniciar relaciones a una
edad adulta. Uno trae ya consigo bajo el brazo un álbum completito de rarezas y
otras hierbas, además de experiencias que quemaron y no quisiéramos repetir. Se
dice que es el miedo a hacer sufrir y a que nos hagan daño de nuevo…, pero
mucho antes de llegar a eso lo que de verdad tenemos es un profundísimo vértigo
ante la posibilidad de hacer una elección incorrecta. O más bien ante el temor
de que sea el otro el que se dé cuenta de que erró en sus movimientos. Hasta
ahí, una reacción absolutamente humana, pero actuemos con mesura.
Al llegar a la madurez, aunque comprensiblemente nos
falle puntualmente tal seguridad, creemos saber con certeza lo que buscamos, lo
que queremos. E indiscutiblemente identificamos lo que no queremos de ninguna
de las maneras en nuestra vida… ¡Por encima de mi cadáver! Así que, a partir de
ese momento, comienza un minucioso análisis bajo el microscopio de todo aquel que
se nos acerca. Rictus verdoso, ceño fruncido y todos a examen. De pronto,
nuestros ojos son capaces de observar rasgos inexistentes, nuestros oídos se
agudizan hasta el límite de escuchar un suspiro y nuestra mente… ¡ay nuestra
mente!... sentencia hegemónica a partir de vanas conclusiones procedentes de
una expresión descontextualizada. Te topas con alguien y de pronto se te pone
cuerpo de concursante de televisión. Sí, sí, sesenta segundos para hacer una
ficha completa del que está enfrente. Cuenta atrás, juicio, prejuicio e informe
riguroso basado en un listado de todo aquello con lo que no te identificas del
contrincante.
Lo peligroso es que esto se convierte casi en algo
patológicamente obsesivo por lo que perdemos, lamentablemente, la naturalidad
que supone abrirse al conocimiento ajeno. Tan esforzada búsqueda de
discrepancias nos nubla el entendimiento por el cual veríamos los muchos rasgos
que compartimos con el otro. Llamemos a cada cosa por su nombre, señores, eso
es miedo, pero del grande. Miedo y cobardía. Refranes no nos faltan para darnos
una colleja a tiempo: “el que no se moja no coge peces”,” el que no se remanga
no pasa el río”, “el que no arriesga un huevo no saca un pollo” …
Por lo tanto, consejo: si ves muestras de que quien
tienes enfrente te es afín, te provoca curiosidad, saca partes positivas de ti
y su compañía te hace sentir una profunda paz, ¡lánzate! El mundo no se hizo
para verlo desde un escaparate. Siempre he pensado que lo que está por venir es
mejor que lo que va quedando atrás, así que sigue las señales, recorre el
camino de baldosas amarillas y no mires atrás. Allí delante te esperan.
MÚSICA: Wonderful tonight (solo guitar), Eric Clapton.