Pasé
mucho, mucho tiempo creyendo en el destino, imaginando la utopía de que tal
vez, si los clásicos habían gastado sus alfabetos en hacer de su nombre una
melodía de inacabables matices, sería porque aquel era un ente mayor que
nosotros mismos, más devastador que la propia muerte -acaso el fatum- y
más fuerte que el torrente que nos expulsa al mundo cuando tomamos vida. Hasta
que un día, descalza y de puntillas, me asomé al espejo de mi dormitorio y
observé mis ojos mirando al interior de mi reflejo. Ni siquiera recuerdo cuanto
tiempo pasó en aquel duelo conmigo misma, sé que fue mucho, pero sí recuerdo la
expresión de mi cara, ajustándome las cuentas y poniéndome contra las cuerdas
con un desafiante de qué vas. De qué iba…, sí, depositando en una idea
abstracta el peso de lo que habría de acontecerme y de cómo iba a vivir mis
días. Tildando de causa lo circunstancial. E ingiriendo como placebo una sustancia
que en realidad adormecía mis sentidos y mi capacidad de reacción. El destino…
Así
averigüé que esa ajada idea es algo que habita en los libros y, cómo no, en
nuestra mente; y que cambia de humor según el día. Protesta en la tormenta, se
vuelve melancólica con la lluvia y se desorbita en las tardes de sol. Las
noches de verano se las bebe como una desaforada juerguista y en las de domingo
solloza como un niño indefenso a medida que se acercan las horas de la noche.
Le da miedo comenzar la semana y no estar a la altura. Y sobre todo es la
excusa perfecta cuando creemos que no nos quedan fuerzas para seguir adelante y,
más especialmente, cuando podemos hacerlo, pero no nos da la gana por pura comodidad,
vergonzosa vagancia y pánico a los cambios. El destino es un pretexto, de mala calidad,
además. Un regodeo en la autocompasión, el lamento y el gusto por los dramas,
para así sentirnos un poquito especiales y no hacer el trabajo que debemos
hacer: razonar, razonar, razonar…, asumir, aceptar y trabajar este cuerpecito
nuestro que le da cuerda a nuestro corazón. Uno sabe bien, mucho antes de
hacerlo, qué decisión ha de tomar y cómo enfrentarla. Sabe también que saldrá
más airoso que menos. Que el tiempo le pondrá delante docena y media de encrucijadas
más antes del último verano. Y que la sangre no llegará al río. Ni destino
alguno se pondrá por medio, porque la cosa va más de tener inteligencia que de
valentía. De saber elegir y saber avanzar. Lo demás, ya lo dije: excusas. Y ya
se sabe que excusatio non petita, accusatio manifesta; el reo es uno
mismo y el delito es otro que el de esperar a que la vida se nos resuelva sola.