Y me
di cuenta de que escribía como un modo curioso…
…de morderme
la lengua y no pronunciar lo que de otro modo diría gritando;
…de secarme
las lágrimas cuando estas no se dejan contener;
…de
acercarme al epicentro de un corazón a cuyo núcleo parezco no llegar nunca;
…de tratar
de comprender lo incomprensible;
…de asumir
lo inasumible;
…de perdonar
lo imperdonable:
…de
resignarme cuando no quiero rendirme;
…de levantar
la espada cuando lo único que quisiera es echarme a un lado;
…de chillar
y patalear mi suelo sin descanso cuando lo que debería hacer es coger ese toro
por los cuernos;
…de
regodearme en asuntos que no habrían de merecer más de dos minutos de mi tiempo
de reflexión;
…de sacar el
pus de las heridas del alma;
…de
convencerme a mí misma de que no es la esperanza, sino la ilusión la última que
ha de perderse;
…de
autoengañarme pensando que la ilusión permanece ahí cuando un espadazo acaba de
llevársela consigo.
Y me
di cuenta de que vivía a pesar…
…de
que las experiencias continúan doliendo por más muescas que refleje mi silueta;
…de que hay
lecciones que, aun aprendidas, a veces no se aprehenden;
…de que
cuando menos te lo esperas, la guardia alta se convierte en baja;
…de que no
hay pactos de inmunidad posibles en lo que a afectos se refiere;
…de que no
importa cuánto sepas, si a tu alrededor hay carencia de conocimiento;
…de que la
mayor parte de mis luchas, las más duras, son las entabladas contras paredes
infranqueables;
…de que el
desgaste está presente, por más que me lo niegue una y mil veces;
…de que
desconozco absolutamente si algún día conseguiré salir del laberinto.
Y me
pregunté…
…si la fe
nos resulta suficiente sustento, cuando el hambre voraz acecha en la boca del
estómago.