“El hombre tiende a
contar su vida más que a vivirla. Lo ve todo a través de lo que cuenta, y
pretende vivir su vida como si fuese una historia. Pero hemos de elegir entre
vivir nuestra vida o contarla”.
Jean- Paul
Sartre
Las etapas de escritura más prolíficas
de mi vida han sido aquellas en las que me invadía un hambre voraz por vivir. Soy
consciente y he de reconocer que fueron periodos de dolorosa escasez en los que
sentía una enorme necesidad -a veces enfermiza y desesperada- de sentir, amar y
ser amada, crear, experimentar y proyectar el futuro tal y como yo deseaba. Cuando
una piensa a solas demasiado, habla a solas demasiado, siente a solas demasiado…,
grita sobre el papel tratando de enmascarar que no vive cuanto pretende. Y ese
era mi caso, así que, en su lugar, escribía. Escribía sobre todo ello y hasta
la extenuación, buscando los porqués y los modos, analizando las mentes ajenas,
diseccionando la mía sobre el mantel con un bisturí de andar por casa, pero
siempre afilado; y diseñando los planos por los que, a mi entender, habría de
transcurrir esa anhelada experiencia que yo aguardaba. Escribía porque me
faltaba vida.
Pero la vida llegó y dejé de escribir
sobre todo ello: sobre la ilusión esperanzada de enamorarme y el desgarrador vacío
por no ser amada; sobre la inconmensurable e incondicional entrega que ofrecía en
cada vivencia; sobre lo mucho y mal que me engañaron y lo rota que me sentí
cada una de esas veces en las que descubrí, con nombres y apellidos, las horas
entregadas a mujeres de desdibujadas caras y conversaciones estériles; sobre la
decepción de constatar que individuos sobre los que yo había volcado un alto
juicio, eran en realidad seres mediocres; sobre estocadas e ilusiones,
compromisos y desamores; sobre hipocresías, complejos de inferioridad, celos y egocentrismos;
bajezas de espíritu y grandezas del alma. Dejé de escribir…, pero tan solo sobre
esos menesteres en cuyos dramas que se quedan a vivir los necios.
Y cambié el rumbo. Porque cuando una
vive, cuando una vive mucho y bien, el tiempo se escapa entre los dedos y no
hay deseos no cumplidos por expresar, ni minutos dedicados a lo insignificante.
Pasé a escribir, acaso, sobre mundos más grandes, paisajes más extensos y
reflexiones infinitamente más complejas. Y me sentí crecer.
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