EXCUSATIO NON PETITA...

By María García Baranda - junio 03, 2021

 


Pasé mucho, mucho tiempo creyendo en el destino, imaginando la utopía de que tal vez, si los clásicos habían gastado sus alfabetos en hacer de su nombre una melodía de inacabables matices, sería porque aquel era un ente mayor que nosotros mismos, más devastador que la propia muerte -acaso el fatum- y más fuerte que el torrente que nos expulsa al mundo cuando tomamos vida. Hasta que un día, descalza y de puntillas, me asomé al espejo de mi dormitorio y observé mis ojos mirando al interior de mi reflejo. Ni siquiera recuerdo cuanto tiempo pasó en aquel duelo conmigo misma, sé que fue mucho, pero sí recuerdo la expresión de mi cara, ajustándome las cuentas y poniéndome contra las cuerdas con un desafiante de qué vas. De qué iba…, sí, depositando en una idea abstracta el peso de lo que habría de acontecerme y de cómo iba a vivir mis días. Tildando de causa lo circunstancial. E ingiriendo como placebo una sustancia que en realidad adormecía mis sentidos y mi capacidad de reacción. El destino…

Así averigüé que esa ajada idea es algo que habita en los libros y, cómo no, en nuestra mente; y que cambia de humor según el día. Protesta en la tormenta, se vuelve melancólica con la lluvia y se desorbita en las tardes de sol. Las noches de verano se las bebe como una desaforada juerguista y en las de domingo solloza como un niño indefenso a medida que se acercan las horas de la noche. Le da miedo comenzar la semana y no estar a la altura. Y sobre todo es la excusa perfecta cuando creemos que no nos quedan fuerzas para seguir adelante y, más especialmente, cuando podemos hacerlo, pero no nos da la gana por pura comodidad, vergonzosa vagancia y pánico a los cambios. El destino es un pretexto, de mala calidad, además. Un regodeo en la autocompasión, el lamento y el gusto por los dramas, para así sentirnos un poquito especiales y no hacer el trabajo que debemos hacer: razonar, razonar, razonar…, asumir, aceptar y trabajar este cuerpecito nuestro que le da cuerda a nuestro corazón. Uno sabe bien, mucho antes de hacerlo, qué decisión ha de tomar y cómo enfrentarla. Sabe también que saldrá más airoso que menos. Que el tiempo le pondrá delante docena y media de encrucijadas más antes del último verano. Y que la sangre no llegará al río. Ni destino alguno se pondrá por medio, porque la cosa va más de tener inteligencia que de valentía. De saber elegir y saber avanzar. Lo demás, ya lo dije: excusas. Y ya se sabe que excusatio non petita, accusatio manifesta; el reo es uno mismo y el delito es otro que el de esperar a que la vida se nos resuelva sola.



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