26 de noviembre de 2009
El 25 de noviembre se celebró el Día Internacional
contra la Violencia de Género. Tal fecha no ha surgido al azar, sino que
recuerda aquella de 1960 en la que las hermanas Mirabal, Minerva, Patria y M.ª
Teresa, fueron brutalmente asesinadas por orden del tirano y pederasta, entre
otras muchas cosas, Rafael Leónidas Trujillo, dictador de la República
Dominicana. Día en el que las conocidas como ‘las Mariposas’ se erigieron, a su
pesar, en símbolo contra el maltrato.
Así,
por ese motivo estuvimos rodeados de actos conmemorativos que, si bien fueron
primer foco de atención, quizás hoy hayan dejado de ser noticia de primera
plana. La televisión reservó su tiempo a recordar a todas aquéllas, y algún que
otro aquél, que sufren el descarnado miedo a manos del que fue su amor; la
radio dedicó parte de sus programas a consideradas y reflexivas tertulias que
tomaban el pulso a uno de los males de nuestro tiempo y de otros; los colegios
e institutos de secundaria ofrecieron charlas y esperanzadas actividades educativas
que tal vez hayan sembrado su semillita en las mentes de algunos de nuestros
chicos; las correspondientes organizaciones no gubernamentales regalaron
impresos, chapas, pines, velas, flores… con el lema: “De todos los hombres
que hay en mi vida, ninguno será más que yo”.
Y
con ese lema comenzaba Maruja Torres en el diario El País una de las más
deliciosas y sensibles columnas de opinión que ha llegado a mis ojos
últimamente, con perdón de la de algún otro escritor víctima de mis
predilecciones. Y no sólo eso. Quizá fue ésta una de las más
acertadas miradas a lo que en justicia debería ser unión y no brusca brecha
entre hombres y mujeres, al recordar que son sólo unos pocos los merecedores de
nuestro más absoluto desprecio y unos muchos quienes a lo largo de nuestras
vidas nos acompañan, nos ayudan, nos enseñan, nos hacen reír, nos quieren, nos aman,
nos esperanzan, nos hablan, nos escuchan, …
Esto
me hizo pensar una vez más en lo que para nosotras, las mujeres, es el
verdadero sueño, el propósito de nuestra lucha. El día en el que sin que
perdamos las identidades ni características propias de unas y otros, levantemos
bandera blanca a la sempiterna guerra de sexos. Aquél en el que los cafés de la
tarde entre amigas no se centren únicamente en desahogarse en reproches contra
ligues, novios y maridos, con aquello de que no nos llaman cuando dicen que van
a hacerlo, de que no se quedan a pasar la noche, de que no nos acompañan nunca
en nuestras actividades, de que no se parecen nada a nuestra idea de ese
‘príncipe azul’ que nos habían vendido… Ese en el que entre colegas no se
repita una y otra vez eso de que no hay quien nos entienda, de que nunca
estamos contentas con ellos, de que no entendemos su manera y tempo a la hora
de comprometerse, … El momento en el que no demos por hecho desde la cuna que
el otro sexo es el bando contrario contra el que competir hasta la tumba; por
más que sea buscado, deseado y adorado.
Tal
vez eso no ocurra nunca. Posiblemente si no se ha logrado hasta ahora sea
porque no está en nuestra naturaleza. Acaso la clave se encuentre en eliminar
sólo alguno de esos poco afortunados contrastes hombre-mujer y aprender a
aceptar la mayor parte de ellos como rasgos diferenciadores y caracterizadores
de unas y otros. Sin más.
Pero
a pesar de todo, eso es lo que yo anhelo. Porque ese día nos habremos entendido
un poco mejor y habremos aprendido a ponernos en el lugar del otro, y a
aceptarnos. Por tanto, a amarnos. Ese día nos habremos acercado un poco más a
eliminar la sombra oscura de la Violencia entre hombres y mujeres.
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