Reavivo mis sentidos dormidos y mi ambición de descubrirme en otros.
Desperezo mis ojos.
Alcanzo con los dedos límites olvidados.
Y crezco.
Y llego más allá, al fin me reconozco.
Vuelvo a mi esencia. ¡Y siento!
Vuelve la vida.
Los incipientes rayos de sol tornasolado que calientan mi cuerpo.
El brillo del rocío de los ojos que observan limpiamente.
Las sonrisas capaces de derretir el hielo y alimentar con su agua algún rincón marchito.
Me vuelvo a ellos.
Y los recibo con las manos abiertas.
Vuelve la vida.
Mi sonreír sentido.
Mi voz queda.
Mis miradas curiosas.
Mis ganas de enseñarme.
Ya no hay ninguna duda.
Vuelvo a la vida.
Y en este despertar hay una dosis de ganas tan potente,
que daría por buenas las hieles del pasado.
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