EL MÉTODO

By María García Baranda - mayo 31, 2021

 


Un único método me satisface de veras ya a la hora de tomar decisiones: escuchar a mi instinto, sin más ruido, y centrarme en lo que realmente me apetece vivir. El poder elegir algo sólo porque me hace feliz. El verbo apetecer pudiera parecer una frivolidad, pero no encuentro hoy día emoción más honesta ni más plena de sentido; entre tanto egoísmo, entre tanto sentimiento de plástico, entre tanto contrato forzado, entre tanta actuación de conveniencia… Ese método en apariencia tan básico nada tiene que ver con el capricho, sino con aprovechar mi energía y mi tiempo en aquello que convierte mis días en apacibles y no permite que me hunda en el barro. Hacia eso voy, por difícil que sea en ocasiones desprenderme del ancla y quedarme desnuda ante la gente. Moverme en el sentido contrario, elegir ensordeciendo lo que mis deseos vitales me gritan desde dentro, me provoca una tremenda inquietud y un nigérrimo desasosiego. Una carga que no puedo soportar. No ya por lo pesada que pudiera resultar la tarea resultante, ni tampoco por el miedo a equivocarme en dicha elección, sino porque mucho antes de llegar a esa fase, a ese cruce de caminos del qué hacer, visualizo con cristalina certeza que he atravesado el puente dejando atrás lo que de verdad me hace sentir satisfecha. Y no estoy dispuesta a volver la cabeza dentro de un tiempo y ver que he quemado mi vida.

 

Así que ahora cubro el expediente justo que un ser racional, reflexivo e inteligente ha de completar mínimamente: revisar los pros y los contras con distancia y repasar sin afectación los beneficios y riesgos de hacer esto o lo otro. Pero sobre todo me aparto igualmente de los deberes no asumidos con sincero sentimiento. No contemplo el llevar a cabo ninguna empresa personal ni profesional por compromiso hacia nadie ni hacia nada, si solo con pensar en ello me apago levemente y va a hacerme desear estar en otro lugar o haciendo cualquier otra cosa siquiera fugazmente. Tampoco tiene cabida esa responsabilidad abnegada que siempre queda bien en todas partes, ni mucho menos la culpa -en el más agrio sentido judeocristiano- que aboca a procurar complacencia o comodidad en otros, cuando dicho bienestar no brota libre.

 

Hacer las paces con cada elección enfrentada se me antoja ahora fundamental. Tanto que, al firmar el armisticio, las obligaciones se transfiguran en satisfactorios pasos adelante tomados desde lo más auténtico de mí misma. Y si aparece la menor duda, entonces paro y me pregunto: ¿realmente me apetece vivir eso? La respuesta no falla, y en un gesto limpio y sencillo la soga de la deslealtad a una misma desata su nudo a manos del método de escuchar a mi instinto.  



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