De vez en cuando llegas al final del
sendero,
te detienes y observas un cruce de
caminos sin bordes ni señales.
Desértico el paisaje,
no hay ruido alguno en él,
no hay ecos de unas voces que te
marquen el paso,
ni alimento, ni agua, tan solo una
infinita y cegadora luz.
Rebusco en mis bolsillos un arrugado
mapa,
lo olvidé en el intento
de no morir ahogada de experiencias
pasadas.
Mas no me importa y adelanto dos pasos
a poniente.
Miro a un lado y al otro. Y comprendo.
De vez en cuando el mundo
desdibuja fronteras y amplía el
horizonte.
Y derrumba los muros a su paso.
Y remueve las piedras y el albero.
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