Me tomé unas vacaciones sin fecha de regreso a las
cavilaciones eternas. Descansé de un desgaste que te adelgaza el aire hasta
agotarte. Y por primera vez en mucho tiempo me abrí al mundo.
Puse la mente en blanco y me dejé ir con la marea hasta
una isla sin pasaportes de entrada ni relojes que me marquen los tiempos.
Cerré
mis ojos guiándome tan solo por sensaciones hondas en matices, el ritmo de mi
pulso y mis respiraciones.
Y
me escuché la piel.
Sin
sucedáneos.
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