LAS RAÍCES DE MI VIDA

By María García Baranda - agosto 06, 2015

Toca siempre la melodía perfecta para cada ocasión, capaz de buscar esa nota que se incrusta en el lugar exacto del alma. Es mi hermano, mi medio corazón, mi compañero de juegos y de aprendizaje, de desvaríos, de frases de película y de diálogos surrealistas -al menos para el resto-, de batallas de vida, del llanto más amargo y de las risas más frescas que nadie más me arranca. Quien me empuja siempre a ver el lado positivo de las cosas y a asirme fuertemente a cada diminuto resol de felicidad. Hoy, como tantas otras veces, ha vuelto a hacerlo. Ha escogido unos acordes y con ellos me ha disparado mi sentir más profundo. Hoy mi madre cumple años, de ahí su elección dedicada de esa sinfonía perfecta con la que, con un leve gesto y sin pronunciar más palabra, ha logrado de nuevo la cuadratura del círculo. Cuatro lados perfectamente imperfectos, cuyos vértices se encuentran adheridos a fuego. No lo quiero más que cualquier otro día de año, no sería posible. Desde luego ni un ápice menos, eso es seguro. Sencillamente hoy me ha provocado sentarme a escribir sobre mi asunto más difícil de plasmar por escrito: las raíces de mi vida. Rara vez he podido acotar entre los márgenes de una hoja de papel el amor cuando este es extraordinario. Y este es el caso. Sin embargo, lo intento a sabiendas de que me quedaré cortísima en expresiones y matices.  



No será difícil observar en el primer párrafo de este escrito la unión que mi hermano y yo compartimos. Pero el mérito no es nuestro, sino de quienes plantaron la semilla de tan férrea alianza. La generación espontánea no tiene aquí cabida, por lo que todo lo que somos hoy se lo debemos íntegramente a ellos. Sé con seguridad que de no haber sido por las manos que desde niños nos acompañaban en nuestro caminar, no tendríamos hoy la visión del mundo que poseemos. No nos dedicaríamos a lo que nos dedicamos. No escucharíamos la música que escuchamos, no veríamos las películas que vemos, ni leeríamos ni uno solo de los versos que leemos. No apreciaríamos la cultura en todas sus vertientes, ni elevaríamos la educación al lugar predominante que le otorgamos. Y lo que es más importante, no amaríamos en la forma que amamos. Diseñados con su molde, pero dotados desde la más tierna edad de unas alas enormes para volar solos y elegir por nosotros mismos. Perfectamente imperfectos dije, y con el corazón por bandera tras cada pequeño gesto. No se me ocurre una forma mayor de entrega que aquella con que la que mis padres pusieron en marcha la maquinaria: enseñarnos el mundo con los ojos de la sencillez, grandeza sustentada en una mezcla perfecta de empatía, generosidad y nobleza.
Si un día fuera madre, no querría otra cosa que rozar con la punta de mis dedos un mínimo de la esencia que ambos han sido para nosotros. Mi otra mitad, para mi más absoluto orgullo, así lo está enfocando y créanme que lo consigue. Si un día fuera madre, si alcanzara una minúscula porción de su logro, me sentaría a observar plácidamente con orgullo la meta conseguida. No es para menos.

(Te tomo prestadas las notas, hermano.
Al fin y al cabo, son parte de la melodía de nuestra vida).



PERHAPS LOVE,  John Denver & Plácido Domingo




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