Toca siempre la melodía perfecta para cada ocasión, capaz
de buscar esa nota que se incrusta en el lugar exacto del alma. Es mi hermano,
mi medio corazón, mi compañero de juegos y de aprendizaje, de desvaríos, de
frases de película y de diálogos surrealistas -al menos para el resto-, de
batallas de vida, del llanto más amargo y de las risas más frescas que nadie
más me arranca. Quien me empuja siempre a ver el lado positivo de las cosas y a
asirme fuertemente a cada diminuto resol de felicidad. Hoy, como tantas otras
veces, ha vuelto a hacerlo. Ha escogido unos acordes y con ellos me ha
disparado mi sentir más profundo. Hoy mi madre cumple años, de ahí su elección
dedicada de esa sinfonía perfecta con la que, con un leve gesto y sin
pronunciar más palabra, ha logrado de nuevo la cuadratura del círculo. Cuatro
lados perfectamente imperfectos, cuyos vértices se encuentran adheridos a
fuego. No lo quiero más que cualquier otro día de año, no sería posible. Desde
luego ni un ápice menos, eso es seguro. Sencillamente hoy me ha provocado
sentarme a escribir sobre mi asunto más difícil de plasmar por escrito: las
raíces de mi vida. Rara vez he podido acotar entre los márgenes de una hoja de
papel el amor cuando este es extraordinario. Y este es el caso. Sin embargo, lo
intento a sabiendas de que me quedaré cortísima en expresiones y matices.
No será difícil observar en el primer párrafo de este
escrito la unión que mi hermano y yo compartimos. Pero el mérito no es nuestro,
sino de quienes plantaron la semilla de tan férrea alianza. La generación
espontánea no tiene aquí cabida, por lo que todo lo que somos hoy se lo debemos
íntegramente a ellos. Sé con seguridad que de no haber sido por las manos que
desde niños nos acompañaban en nuestro caminar, no tendríamos hoy la visión del
mundo que poseemos. No nos dedicaríamos a lo que nos dedicamos. No
escucharíamos la música que escuchamos, no veríamos las películas que vemos, ni
leeríamos ni uno solo de los versos que leemos. No apreciaríamos la cultura en
todas sus vertientes, ni elevaríamos la educación al lugar predominante que le
otorgamos. Y lo que es más importante, no amaríamos en la forma que amamos.
Diseñados con su molde, pero dotados desde la más tierna edad de unas alas
enormes para volar solos y elegir por nosotros mismos. Perfectamente
imperfectos dije, y con el corazón por bandera tras cada pequeño gesto. No se
me ocurre una forma mayor de entrega que aquella con que la que mis padres
pusieron en marcha la maquinaria: enseñarnos el mundo con los ojos de la
sencillez, grandeza sustentada en una mezcla perfecta de empatía, generosidad y
nobleza.
Si un día fuera madre, no querría otra cosa que rozar con
la punta de mis dedos un mínimo de la esencia que ambos han sido para nosotros.
Mi otra mitad, para mi más absoluto orgullo, así lo está enfocando y créanme
que lo consigue. Si un día fuera madre, si alcanzara una minúscula porción de
su logro, me sentaría a observar plácidamente con orgullo la meta conseguida.
No es para menos.
(Te
tomo prestadas las notas, hermano.
Al fin
y al cabo, son parte de la melodía de nuestra vida).
PERHAPS LOVE, John Denver & Plácido Domingo
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