Dice
Murakami que las palabras adecuadas siempre llegan demasiado tarde 1,
pero he de discrepar y llevarle poderosamente la contraria. Si llegan tarde ya
no son adecuadas. Ni necesarias, ni útiles, ni siquiera apropiadas. Se han
pasado de moda, han caducado o están huecas. Acaso expresiones que en un
momento dado requerimos e incluso imploramos, adecuadas entonces en fondo, en
forma y sobre todo en tiempo. En aquel tiempo. Una disculpa en hora, un no rotundo,
un voy contigo, un te quiero sensato o un ya me he cansado de vivir de este
modo. Y hasta una explicación exhaustiva del porqué anhelamos algo o nos
comportamos de un modo equis. Las palabras son adecuadas porque son necesarias. Necesarias para desahogar, entender, continuar adelante, perdonar, rearmarse... necesarias para respirar. Porque son las que cumplen
la función de ser el hilo que mantiene cosida la situación vivida. Y si pierden
tal uso, se terminó la gracia. Sufren de obsolescencia y mucho me temo que el
hecho de que lleguen demasiado tarde es una paradoja en sí misma.
Las
palabras, ese ramillete nutrido de pura esencia de nosotros mismos. Esas que,
desde que era niña, siempre he pensado que todo lo pueden y todo lo cambian. Si
se emplean bien, naturalmente. Lo dicho, lo callado, lo pensado, lo escupido
sin cabeza, lo escrito y lo leído. Que por eso me dedico a lo que me dedico,
para intentar al menos que las mías, mis palabras diarias, lleguen siempre a
tiempo, frescas y relucientes, reales y contundentes, verdaderas, ajustadas,
puntuales. Que son ellas, sin duda, las insignes damas que habrían de controlar
el mundo.
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1. Los años de peregrinación del chico son color, Haruki Murakami.
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