Una
de las ideas que más me pesan es la de aceptar que en unos cuantos -demasiados-
momentos de mi vida me conformé con sucedáneos. Sucedáneos para ganarme el pan,
sucedáneos para compartir mi tiempo, sucedáneos para sentirme querida,
sucedáneos para el disfrute… Sería sencillo decir en mi descargo que por aquel
entonces no era consciente de que mis días eran de segunda…, conformándome con
absoluta ceguera con emociones que no me llenaban las horas, amores que no me
hacían feliz, me provocaban desgarrado sufrimiento o simplemente no me querían
ni un poquito, con proyectos y sueños guardados en un cajón para contentar a
quién sabe. Pero mentiría, porque si bien es cierto que no siempre tuve la
respuesta en mis manos, a menudo tenía la certeza, sentía aguda la certeza, de
que mis vivencias no me pertenecían. Aquello no iba bien y yo lo sabía.
Seguramente
muchos pasan por aquí sin plantearse jamás esta circunstancia y con toda
probabilidad por ese mismo motivo sean en conjunto más felices. Paradójicamente
más felices. Nacen, viven, viven, viven…, caminan, caminan, caminan… y mueren.
Fin del asunto. Pero no es mi caso. Casi sin intención hago balances periódicos
de mí misma y en el mismo ejercicio, no sé con qué grado de consciencia,
examino mi aptitud humana. Y ahí, el sentimiento de haber regalado parte de mi existencia
al vacío se me clava como una estaca, tal vez porque no he conseguido nunca
ponerle nombre a la causa: ¿miedo?, ¿cobardía?, ¿prejuicios?, ¿estereotipos?,
¿sentido de la responsabilidad? Y quizás también porque nunca me he perdonado
el haberme hecho eso a mí misma. Tiene algo de fracaso e incompetencia, todo
ello. ¿O no?
De
vez en cuando lo comparto en estricta intimidad, desahogo la sensación y sale entonces
a relucir la conclusión de que soy un tanto dura en mis cálculos. Posiblemente
sea verdad, pero me entristece mucho la idea del ensayo y error en la vida de
las personas. El tiempo pasa tan devastadoramente rápido que quisiera hoy
contar con la juventud, la frescura y la inocencia intactas para poder
dedicárselas por completo a mi presente que, a pesar de todo lo anterior, ha
compensado más que con creces mis quebraderos de cabeza de años. ¡C’est la
vie! Mais cést ma vie.
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