Erick Oh |
Existe
una unión, un lazo invisible a los ojos, pero difícilmente soluble entre la
insatisfacción vital y el ego. No es nuevo el pensamiento de que existe un buen
puñado de gente esencialmente desdichada, seres de esos que sabemos que jamás
alcanzarán la plenitud ni la felicidad, logren lo que logren, tengan lo que
tengan. Yo estoy absolutamente convencida, me consta, que existen seres así.
Los he visto, oído y hasta padecido. No importará que los amen, que triunfen, que
obtengan aquello por lo que trabajaron y que desearon con ansia… Nunca
alcanzarán la satisfacción vital, siempre faltará o fallará algo que hará
imperfecta esa materialización de sus deseos.
Durante
un tiempo razoné en cierta manera esa insatisfacción, explicándola como la consecuencia
inevitable para quien ha recibido críticas poco constructivas,
minusvaloraciones, falta de apoyo… como una constante a lo largo de su vida.
Pobre. Un comportamiento aprendido y naturalizado consistente en buscar
posibles errores en cada empresa que inician o identificar defectos en cada ser
con el que se involucran. Y, ¿según qué parámetros? Ninguno, salvo un rechinar
de dientes que los hace sentirse incómodos y preguntarse si el mundo exterior dará
o no el visto bueno. No obstante, he venido concluyendo que realmente, se deba
a lo que se deba esa amargura, no hay justificación para esa eterna falta de
satisfacción vital que arrasa, además, con todo aquel con el que se cruza. Ese supuesto
sufrimiento por la felicidad no lograda, esa hiel, se debe a una causa menos
noble: la creencia de que hay algo mejor esperando allí afuera para ellos. Algo
más hermoso, más placentero, más rico…, más acorde con lo que ellos creen merecer.
Una proyección idealizada y una exigencia cruel hacia los demás, que compense sus
muchísimas imperfecciones emparedadas en un ego brutal.
Hay
seres, en efecto, que nunca lograrán ser felices, pero que enturbian el aire a
su paso. Y no me inspiran compasión alguna, muy al contrario. Me provocan un enorme desprecio,
porque un día eligieron dar la espalda a la humildad y al crecimiento personal;
y en su lugar, representar un continuo y falso drama, exudar crueldad,
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