No había un solo despertar que no fuese coronado con la mejor
de las sonrisas. Ya podía el día amanecer lluvioso y gélido, dominical o
cotidiano, vacacional o tempranero que la reacción era inmediata: salto de la
cama y sonrisa. Reluciente y amplia, de esas que provocan millones de
arruguitas finas en las comisuras de los labios y en los párpados inferiores,
de las que elevan los pómulos y los convierten en rotundos mofletes, de las que
se ofrecen también con la mirada. Esto solo sucede si aquellas brotan directamente
del estómago. Sí, sí, ...del estómago. Cuando la felicidad se asienta en esa
parte del cuerpo es que es muy profunda. Sabemos que ante las dificultades e
incertidumbres los nervios penetran para revolvernos por dentro, impidiéndonos
incluso comer y beber. Pero ¿nunca han sentido ustedes nervios en el estómago
de pura felicidad? Resulta asombroso, porque cuando uno se acostumbra a sentir
eso ante cada nueva emoción e ilusión que se le pasa por delante, es algo que
se te engancha tan arraigadamente que no podrá evitarlo nunca más. No lo
intenten. No es posible. Yo llevo experimentándolo desde mi más tierna niñez.
El caso es que cada nuevo día tenía algo especial como
para ir desde el contento hasta la alegría, y de ahí incluso a la euforia. ¿El
qué? Pensándolo bien eran las cosas más sencillas y cotidianas. Las más
pequeñas. Paseo con charla, visita a los abuelos, juegos en los columpios,
tarde de feria, primer día de cole, segundo día de cole, tercer día de cole,…la
espera de un hermano, la llegada de ese hermano, la visita de un familiar, una
mañana de cine de verano, el despertar de tu padre, una tele nueva en casa, los
farolillos y adornos de una fiesta de cumpleaños, el libro antes de dormir, la
sintonía de tus dibujos animados, el regalo sorpresa de tu madre, el olor de
las castañas asadas en la cocina, la mochila para la excursión con Kas de
naranja, el disfraz para ir al cole, la canción con un micrófono de mentiras,
las manzanas arrugadas recogidas del patio, las pipas del sábado, el premio del
concurso escolar, la foto de fin de colegio, el primer día de bachillerato, el
viaje de estudios, estrenar un vestido, un día de playa, las primeras salidas
con amigas, el primer piropo, enamorarse, las vacaciones, un beso profundo,
terminar la carrera, viajar al extranjero, el carnet de conducir, el coche
nuevo, el primer trabajo, el segundo trabajo, el tercer
trabajo,…independizarse, tu casa, el mensaje de un amigo, la primera sonrisa de
una sobrina, el “me gusta” frente al espejo, el sueño revelador , el logro
profesional, los nuevos proyectos,…
No creo que pudiese terminar nunca la lista. Cosas
pequeñas, dije. Me equivoqué. Son grandes, muy grandes. Me doy cuenta de que
son la vida misma. No solo lo que está por llegar, sino el hoy. Solo es preciso
visualizarlo con los mismos ojos del principio, esbozar la mencionada sonrisa
y…vivirlo. No pierdan la perspectiva. Ese, y solo ese, ha de ser nuestro
auténtico estado.
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