Esta
noche la calma trajo consigo las tormentas y no a la inversa. Y fueron dos. Me
pregunté, no obstante, cuál era más intensa: la que me obligó a refugiarme
apresuradamente, o aquella que me provoca un aguacero de emociones en las
entrañas. No sé por qué pregunto, si ya sé la respuesta.
A
veces, veladas como esta me procuran un mutismo absoluto. Aguantando la
respiración hasta volver el alma azulada, escuchando el rítmico goteo, trato de
no perderme así ni uno de mis pensamientos.
Hoy
opto por gritar sin restricciones, por encima del crujido de los afilados
truenos: que aquello que sucede siempre es por algo; que nuestra obligación es
descifrar ese algo; que el destino es ineludible, pues las yemas de sus dedos
de fuego nos marcan con imborrables estigmas; que el instinto primario es el
único auténtico y quien mejor nos señala el sendero; que, como decía Borges,
las almas no se encuentran por casualidad; y que nuestra vida solo nos
pertenece a cada uno de nosotros.
He
abierto el armario y sobre mi cuerpo desnudo me he puesto el atuendo de no
arrepentimiento. El espejo me ha proyectado una favorecedora imagen: no había
miedo en ella; mi boca pronunciaba: “caiga quien caiga”; y del límite de mi
escote rebosaba un pedazo de amor irrefrenable.
(Quisiera
contagiar y desde aquí elimino vacunas inservibles).
AUDIO RELATO - Música: Nothing else matters, Metallica
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