Y traté de ponerme en otra piel con la osadía de quien
usurpa el sentir ajeno. Prometo que fue un intento de tender la mano hacia el
frente, sin pretensión alguna de invadir un espacio que no me corresponde. Lo
hice sabiendas de que no es posible vivir por los demás, sentir su desazón ni
sus euforias. No se puede dirigir al resto hasta la puerta de salida fácilmente
identificada por quien, con reconfortante visión, se encuentra al otro lado.
Los cargos con sus cargas y cada uno con su equipaje de viaje; ya, ya lo sé.
Una
y otra vez me repito: ¡detente!, pues privar de experiencias al resto se me
antoja de un egoísmo y prepotencia supremos. Y al tiempo me revuelvo en mi
asiento, deseando susurrar las palabras justas al oído de quien pide a gritos
mudos oírlas. Medito al respecto y mi único temor reside en que quizá no se
encuentre en capacidad de escuchar más allá de su propio latido. Respetable
vivencia, poco práctica acaso, pero tan natural como mis intenciones.
Si me escucharas, sabrías al instante
que girando la vista hacia otro lado y reorientando el blanco de tus energías
se encuentra la respuesta.
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