Tantas veces
propósito de enmienda,
tantas otras
he errado en el intento
de mantener
a raya la impaciencia,
de
acorralarla en un rincón sin aire,
sin oxígeno
alguno que alimente su ira.
Y bien lo
sé, sí, no me lo repitan.
Que no hay
reloj en hora que me marque el ritmo,
ni mi
impulso a pensar, sentir o a darme
con los
brazos abiertos a mi instinto,
con los ojos
cerrados al peligro.
Tantas
noches en vela buscando un método certero
que ordenase
alfabéticamente mis querencias,
mis deseos
más férreos y mis inconveniencias,
mis temores
marchitos y mis ensoñaciones,
que me
mantenga erguida en equilibrio justo.
Y bien lo
sé, sí, no me lo repitan.
Que no hay
cartesiano modo que amordace el alma,
que la
enjaule, la encripte o la reprima
de gritar
con los ojos sin palabras,
de expresar
con los labios las miradas.
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