Me gusta mucho, muchísimo, leer citas
literarias. Me vuelve loca. Pequeñísimos pedazos de grandes obras, palabras lanzadas al aire
por autores insignes –o no tanto–, que condensadas en tan solo dos líneas nos
lanzan a la cara bofetadas de realidad o nos pinchan en la planta de los pies
para hacernos sangrar de ideas varias. Con tan solo dos líneas, a poco que paremos
a escuchar y le saquemos punta al pensamiento. A partir de dos líneas, a veces solo dos, sí, un
mundo por sí mismo, una filosofía de vida acaso, o tal vez un carácter forjado
a base de tiempo y de paciencia. Que da para pensar. A fondo muy a fondo. Para
parar el tiempo. Para quedarse absorta con los ojos clavados sobre la lámpara
que preside el salón mientras elucubras los porqués de esa cita. Me gusta mucho,
sí, hacer ese ejercicio. Más bien me brota solo en noches como esta. Imaginando
cómo es que prendió esa máxima en cabeza ajena y cómo es que yo misma no me di
cuenta antes. Degustando las voces escogidas, visualizando el contexto que
rodeó el suceso, y sabiendo que detrás de ese párrafo se esconde el apetito de
su autor por crear. Hambre, más bien, yo creo. Su gran necesidad por engendrar,
dar vida y alumbrar finalmente algo mejor que él. “Hambre, ¿por qué?”, me
pregunto. Porque para estar vivo el hombre necesita crear, desde el mismo momento
en el que toma conciencia de su imperfección y le ataca una cierta dosis de insatisfacción
de sí mismo.
Y es que cuando leo y releo, cuando rebusco
cuadros, cuando me quedo boba dando vuelta los días, ahí es que me doy cuenta de
que igualmente yo desarrollo un hambre terrible por crear, por dar forma al
amor o reordenar mis odios. Por ajustar las cuentas o por darle al fin cuerpo a
lo reflexionado. Todo eso desarrollo, pero envuelto en un inmensísimo hambre
por crear, unas ganas voraces que se sacian por fin cuando logro dar forma a un
texto escrito. Un afán por crear que es lo que nos mantiene la cordura. Lo que
compensa las faltas que tenemos y lo que no nos gusta de nosotros mismos. Tal
vez creando arte,…. Inevitablemente. Que al final es lo único que realmente nos
mantiene con vida. Hacer y deshacer. Proyectar, diseñar, pensar cómo y qué,
moldear, perfilar, hornear,…. Escribir, pintar, decorar, adornar, esculpir,…. Crear
formas perfectas de aquello que quisimos, que aún queremos, que mañana querremos,
que pase lo que pase todavía querríamos. Crear figuras llenas de nosotros,
nuestra mejor versión, nuestro deseo oculto, o más baja miseria,… pero crear un
cuerpo inmaculado y bello. Como si en el intento, con cada página escrita, cuadro pintado o nota cantada, con cada hijo concebido y parido, deseáramos paliar nuestros defectos, rebajar
frustración y sentirnos más grandes. Crear, dejar un nombre, pero dar forma al
arte por pura debilidad. Forma al arte por hambre.
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