Esta mañana en clase una alumna me ha dicho: “es que, ¡cuántas tonterías hacemos a veces por amor!”. Asentí de forma inmediata, pero automáticamente pensé: “¡error!, por amor no, sino para que nos den amor; lo que no es lo mismo”.
Dentro del Amor, así mayúsculo, no creo que quepan las citadas tonterías. Pero estas aparecen normalmente a toneladas cuando estamos ansiosos de sentir amor, cuando necesitamos imperiosamente que nos quieran y abracen, cuando anhelamos más que nada en el mundo tener un compañero de vida que nos ame tanto como nosotros lo amamos. Y eso tiene un nombre, claro, concreto y directo: carencia afectiva. Pocas veces se reconoce en voz alta y ante el resto, ya que sobre ella sobrevuela la sombra de la vergüenza y hasta de estar padeciendo una tara interna asociada con nuestra incapacidad emocional. Yo no lo creo así, en absoluto. Todos hemos sufrido en algún momento de nuestra vida, en mayor o menor medida, carencias afectivas. Todos nos hemos sentido poco o nada queridos por alguien, descuidados, minimizados o no correspondidos. A todos nos han dejado de querer en algún momento para nuestro desconsuelo, o hemos ansiado que nos quisieran del todo y no a medias, para nuestra impotencia. Y en eso consiste precisa y exactamente tener una carencia afectiva: careces de amor. Y punto. No hay en ello nada de lo que avergonzarse, ni por lo que flagelarse. Hay más bien algo que causa una profunda tristeza y que esperamos que cambie.
Esperamos que cambie…, ese es el quid. Esperamos de esperanza y ganas, no de sentarse en una silla hasta ver cómo los astros se alinean y hacen mutar el panorama. Porque es ahí, en esa espera eterna, yerma y desgastante cuando cometemos esas mencionadas estupideces y locuras. Todo porque nos quieran. Ojos cegados, vendas, excesos de demostración de entrega, perdones de gestos no tolerables… y hasta aguantar ninguneos, ostracismo, dudas y cambios constantes… y desprecios. Actos, por cierto, que nunca surten efecto y que no siempre son apreciados o incluso vistos por la otra parte. Más que una pena. Una fórmula velada de ruego con hincadas rodillas con el único fin de alcanzar al fin ese anhelado amor.
Así que no, no se hacen tonterías por amor, porque cuando este se desarrolla pleno, sano y fluido, y sin ambages, nuestra serenidad interna nos permite conducirnos con el más grande y productivo de los amores: el amor propio.
0 comentarios