Nací mordiendo el tiempo, masticando a pedazos la hermosura
de una mañana de un soleado otoño en que no se esperaba
aún de lejos mi llegada.
Devoré el aire, la luz alrededor de aquella sala y supe entonces
que todo cuanto viviera habría de ser así, grande y rojizo,
envuelto en sangre y polvo,
en brillantes jirones de piel y carne viva,
dulcísimas miradas de ternura en torrente.
Balbuceé casi apenas dos palabras, y con ellas
inicié en ese entonces el sendero
que me traería a impregnar mi existencia
de cadenciosas letras
incrustadas en moldes de verdades mundanas.
Abracé, y en el gesto
oí crujir dos huesos de las ganas.
Del hambre y del sentir más profundo
que se entrega en apenas un minuto
de vida detenida sin excusa en el tiempo.
En ese que mordí mientras nacía,
en ese que aprendí mientras crecía.
Viviré y amaré, y vivo, y amo,
como vine a este mundo.
Amor grande y rojizo,
envuelto en sangre y polvo,
en brillantes jirones de piel y carne viva,
dulcísimas miradas de ternura en torrente
… brotando hasta tus ojos,
aplacando tu sed,
aumentando la mía,
desembocando así en un golpe de espuma
inagotable,
que nos cubra los cuerpos cuando viejos.
Muy viejos.
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