Y entonces busco paz, irrefrenablemente, desesperadamente en medio de mis guerras. Una paz que no entiendo, que no quiero entender o a la que niego a veces en medio de rencores pasados o de desconfianzas. De miedos o de nubes. De ver tambaleados mis cimientos y hasta la fe en mí. De no entender el mundo ni a sus gentes. De no creer en nada y al tiempo ilusionarme con mañana. Y con hoy.
Esa paz que yo busco, esa a la que asirme, remedio curativo imprescindible que me ayude a seguir sin que todo aquello que me afeó los días me procure más peso del soportable. Lo aprendido sí cuenta, pero al tiempo desgasta y priva en tolerancia, en olvido, en perdones. Y yo mientras peleo porque el sendero sirva, por no hacerme pequeña o invisible a la vida o al tiempo, por no ser una brizna que se evapora en aire y que se extingue, por marcar un camino que nos guíe…, por Ser. Por ser omnipotente, omnipresente. Por no perder mi brillo, por no ser eclipsada por aquello que fue, que está siendo o será. Y vivo y siento y lucho. Y busco paz, lo juro.
Y por fin la consigo, diciéndome que el resto libra sus propias guerras de igual modo. Sintiéndome vivir, viviendo intensamente, agradeciendo amor y ofreciéndolo a espuertas... incondicionalmente. Y tendiendo mi mano para seguir andando. Y volviendo a ser yo.
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