No es verdad eso de
que madre no hay más que una. Madres
hay muchas. Las hay altas y bajas, rubias y morenas, habladoras, calladas,
adustas y risueñas. Hay madres coraje y madres cactus. Hay madres por cumplir y
madres ausentes. Hay madres entusiastas y festivas, y aburridas del mundo,
abúlicas y apáticas. De todas estas hay. Y luego está la mía.
Absoluta y deliciosamente Madre con capital
letra. Tanto…, que no lo creerías. Es para vivirlo. Para sentirlo. Siempre
compañera, siempre apoyo. Siempre Amor. Incondicional en fondo y forma, se abra
el cielo, caiga el mundo o se paren las agujas del reloj de mi tiempo. Cambia
de vestido con la facilidad de una actriz de teatro, despojándose en un gesto
limpio de sus sedas y paños, para envolverse de mi propia piel. Mi textura, mi
olor, mi luz, mi tono. Y comprende. Matrícula de honor con laureles. Que ya ni
sé las veces en las que se agachó sigilosamente al suelo para recoger con
cuidado mis añicos, colocarlos entre sus manos y, a pesar de los cortes y
arañazos, unirlos, darles brillo y devolverme intacta a la vida. Que ya ni sé
las veces que me secó las lágrimas, me cosió el corazón con sus caricias y me dio de comer como a una niña abrigada
en ternura. Que ya ni sé las veces que me cuidó malita y deseó mi bien. Que ya
ni sé las veces que se durmió exultante al oír en mi voz la tesitura exacta de
la felicidad, al celebrar mis logros, al mirarme sin más. Esta mujer hermosa,
inteligente y viva. Humana e imperfecta de pura perfección. Que ríe y llora, Que se cansa y le protesta al mundo en voz bien alta. Que huye del servilismo y levanta su puño donde todos lo vean. Esta mujer que fue quien leyó en mis oídos mis primeros poemas. Mujer alma. Se rehace a sí misma cada día, se reinventa mil
veces. Entendiendo la vida. Mi madre.
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