ODIO

By María García Baranda - mayo 27, 2019




    Traté de buscar entre los clásicos algún pasaje que afianzara lo que yo ya entendía y el mundo parecía negar en un ficticio y dulcificado gesto dirigido a adormecer reacciones y enterrar culpas. Busqué… Tal vez en la literatura, ese vastísimo bosque en el que reside gran parte de las verdades del ser humano, algún autor valiente se hubiera atrevido a confesarlo, a exponerlo con letra abierta y sincera. Si husmeaba bien, posiblemente me encontrara con que aquellas mentes inquietas de selecta pluma pensaran como yo. Sin avergonzarse. Sin esconderse. Pero no hallé gran cosa, a pesar de haber procurado abrirme camino entre rectísimas sentencias, entre juicios y críticas nacidos todos ellos de un pensamiento cocinado a fuego lento y desde antiguo: el del temor de Dios. Mejor diría… a él. 

   ¡No odiarás! Parecía repetirse en la eterna melodía de las almas débiles y opacas, en el inevitable daño proferido a uno mismo cuando uno se baña en aguas rencorosas. ¡No odiarás o habrás de condenarte! ¡No odiarás o, sin percibirlo apenas, acabarás transformándote en el odiable absoluto!
    
  Pero yo no lo creo. El odio no es malo. No lo es en absoluto. No hay nada enfermizo en experimentar tal sentimiento, tal emoción… Gruesa y carnosa, resbaladiza y contundente como las mismas vísceras. Y caliente, considerablemente caliente. Quizás la clave estribe en aquello que el odio, sensación primaria, genera en nosotros a raíz de su nacimiento. Tal vez lo reprobable resida en algunos de esos sentires circundantes. Porque este ente de gran envergadura, espaldas anchas, voz profunda y mirada seca contrae deudas de todos los tamaños. Produce rabia, estriado enfado unas veces, amargura otras tantas. Suscita despecho y deseos de venganza o resarcimiento. Desprecio y abandono sin volver la vista. O una ira imparable e implacable que coloca sobre el alambre nuestros torpes e inconscientes pies cuando solo los sustenta el abismo.

   Que no es tan malo odiar cuando tal odio es puro y es innato. Cuando surge de la autenticidad de un fenómeno mayor y bien conformado. Cuando es osado, atrevido y audaz…, tanto como para dejarse ver. ¡Poderoso! Real y sin engaños. Inteligentemente dirigido y justamente aplicado. Sin víctimas confusas ni confundidas. Y siempre indiscutible recordatorio de que seguimos poseyendo la elegante dignidad de no haber perdido el juicio.

(Y ahora… quémenme en la hoguera)

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