ESCRIBIENDO DESDE EL PURGATORIO (La fórmula de la caja vacía)
Dante y su poema, Domenico di Michelino. |
Hace
un par de días en redes, Raúl Parra, autor de Versos Nómadas,
lanzó al aire en su perfil social un inspirador pensamiento: “Antes, al
escribir, tachaba lo que dolía. Ahora lo subrayo”. Para a continuación
preguntar a sus lectores: “¿Tachar o subrayar?”. (No dejen de visitarlo).
Respondí
a la pregunta: “… depende del momento vital que atraviese, pero sobre todo
de cuán intenso sea ese dolor. Subrayo casi siempre; pero a veces, si hay
auténtico desgarro, no solo no tacho, sino que borro por completo”. Me vino
a la mente el mapa de las diversas maneras que he tenido, y tengo, de
enfrentarme al papel: contenedor de un torrente de sentimientos que se
escapaban sin freno por los márgenes, equilibrado ordenador de emociones particular,
canal de pataleo sentimental, altavoz de protesta, impartidor de justicia
privada, abierto regalo al receptor… En todas ellas, en efecto, trato de
remarcar no ya solo cada dolor, sino cada uno de los matices emocionales que me
provoca un acontecimiento en mi vida, haciendo incluso de ellos el leitmotiv de
esas letras. Y en tal ejercicio, rasco entre sus trazos, pregunto, busco las
respuestas, deduzco y pongo al microscopio cada tejido, hago partícipe a quien pueda
interesar y, sobre todo, llevo adelante una catarsis orientada no solo a mi
propio desahogo, sino principalmente a la búsqueda de un aprendizaje de
crecimiento interno y mejora del universo emocional, de mí misma y de quien se emplace
al otro lado de mis letras. Así que sí, para establecer ese diálogo constante, subrayo.
Lo excepcional, lo positivo, lo eminentemente feliz…, y también lo doloroso. Con
línea inferior y con negrita. Subo su volumen y despliego sus alas, aunque eso
suponga descender a los infiernos de uno mismo.
… Pero
no siempre, pues bien sé que, a lo largo de mi vida, he practicado también la
fórmula de la caja vacía. Lienzo en blanco, sin mácula y sin tinta, en silencio
absoluto ante la impresión de no poder articular palabra. Y eso habría de
deberse a varios motivos. En ocasiones, el desagarro, como ya dije, puede ser
tan grande que no queda ya más que enmudecer, hasta que la propia voz vaya cicatrizando
sus heridas, tomando de nuevo tono, acomodándose en su tesitura natural y
desprendiéndose de rencores punzantes. La voz, como las plantas, necesita del
agua y de la luz natural para expandirse y eso no es posible cuando alrededor
todo es aún oscuridad amenazante martilleando el corazón. Otras veces, en
cambio, no se trata en absoluto de curas ni reparaciones, sino de la sensación
de haber ido quemando puentes a tu espalda, agotando en vueltas concéntricas el
tiovivo de la expresión emocional hasta pensar que, en efecto, no resta ya nada
más que añadir. Curso terminado, es momento de practicar viviendo y dejar de
teorizar.
Por
lo tanto, subrayo, muy puntualmente tacho, pero alguna vez borro. Y me quedo
absorta mirando al papel en blanco y preguntándome si se me habrán terminado
las reservas de ideas o ya he tocado techo en cuanto a comprensión de mente y
corazón humanos, para una buena temporada al menos.
Y
esto, que hoy he centrado en cómo escribo yo de sentimientos y otras hierbas,
es perfectamente aplicable al caminar cotidiano. Pues bien creo que las personas,
cuando se comparten con el resto, subrayan y tachan sus dolores dependiendo de sus
altas o bajas capacidades emocionales, de lo enraizados que aquellos se
encuentren, de su individualismo o desprendimiento con el ser humano y hasta de
su nivel de soberbia. Y algunos…, algunos incluso borran como si nunca pasara
nada, porque no todo el mundo tiene la valentía ni la generosidad de escribir desde
el purgatorio.
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