"Hay un dicho que es tan común como falso: El pasado, pasado está, creemos. Pero el pasado no pasa nunca, si hay algo que no pasa es el pasado, el pasado está siempre, somos memoria de nosotros mismos y de los demás, en este sentido somos de papel, somos papel donde se escribe todo lo que sucede antes de nosotros, somos la memoria que tenemos".
José
Saramago
No difieren en exceso estos tiempos de estaciones pasadas. Y es en ellos la memoria la niña delicada de nuestra existencia. Mimada y azotada a un mismo tiempo, le volteamos la cabeza con enfermiza insistencia mientras nos asimos al último de sus mechones en un intento obsesivo de preservarla fresca. Como si conservándola intacta nos guardáramos a nosotros mismos. Vivos, vigentes…, eternos.
Y así vivimos: permanentemente sumergidos en la dicotomía del terror pavoroso a perder esa memoria y nuestros recuerdos más gloriosos; y el empecinamiento en pasar una y otra vez un número de páginas tan ingente que, de lograrlo, borraría de la existencia hasta la última letra de nuestro nombre. Primera contradicción.
Llenamos hojas en blanco a docenas, fijadas con la hambrienta tinta de la necesidad de trascender a base de vivencias variadas, excitantes, motivadoras. Y, sin embargo, muy pocas veces nos detenemos a paladearlas con la atención y parsimonia que merecen. Y lo que es peor, no acertamos a apreciar la valía que aquel momento supuso en nuestras vidas, despreciando, iracundos y avergonzados, episodios que dolieron o no tuvieron los resultados que deseábamos. Muy al contrario, nos vamos rodeando de páginas escritas a lápiz, borradores que arrugamos y desechamos cuando estimamos que su aventura expira, alentados por la sensación de que siempre habrá una nueva oportunidad para mejorar ese instante caduco. Segunda contradicción.
En vértices opuestos al intenso presente, colocamos un futuro excitante y un pasado desleído. Hemos entendido bien que el hoy es lo único que importa, pues se sitúa entre lo incierto y lo inmutable. Pero con ello, construimos un campo de batalla en el que despreciamos los pasos dados e idealizamos lo desconocido, olvidándonos de que habrá un tiempo en el que ese futuro habrá tornado en presente, del mismo modo que aquellos días que ya murieron también lo fueron. Tercera contradicción.
Es
la memoria pues más, mucho más, que esa niña delicada que mencioné al principio
y a la que castigamos en un rincón de cara a la pared, esperando egoístamente
que no palidezca. Es todo lo que somos y es lo que nos da sentido en este libro.
Sin ella de nada habrá servido lo acontecido cuando eran otros los que
habitaban estas páginas. Sin recuerdos, tornará en incomprensible y en
insignificante lo que cada uno de nosotros fue, lo que pensó y sintió, lo que erró
y acertó… Y tal vez tenga razón Saramago y seamos papel. Solo desearía no ser nunca
papel mojado, deshecho y repleto de letras ilegibles.
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