EL CARÍSIMO PRECIO DE QUERER SABER

By María García Baranda - noviembre 22, 2020

 

 

Erick Oh

Toda mi vida adulta -y no tan adulta- he defendido eso de que información es poder. Buscando y rebuscando bajo las alfombras, abriendo armarios, especulando –a veces enfermiza– y metiendo la pata de cuando en cuando en mis pesquisas, tirando de hilos interminables… Todo para tratar de tener siempre todas las cartas sobre la mesa antes de decidir y dar un nuevo paso, antes de juzgar, antes de reaccionar, antes incluso de… sentir. “Saber todo cuanto hay ahí afuera me librará de golpes, me aliviará de impactos insospechados”, me decía. Sin darme cuenta de que saber tal vez sí ahorra sustos y desengaños, pero no es en absoluto gratis.

 

“Vive más feliz el necio”, afirman. Eso es una obviedad que a pocos se les escapa. Pero pocos son también los conscientes de los cimientos en los que se asienta esa pertinaz conducta. Porque el afán constante -que nunca habrá de ser satisfecho- de querer saber no indica más que la necesidad de control de quien se sabe de barro y ve cómo se deshacen sus pies a cada paso. La inseguridad de quienes vieron cómo se les destrozaba el corazón ante lo inesperado en un intento de tapar con las yemas de los dedos las espitas de achique de un barco que se inundaba. Y hoy… tratan de nadar en tierra firme.

Aunque no es eso lo peor. De poco importa asumir que jamás podremos saber si el resto del mundo nos está fallando, si alberga pensamientos que no nos gustaría oír, sentimientos prohibidos o si mientras nos entregamos en cuerpo y alma al otro, este tiene el freno de mano echado. Ese aspecto es admisible tragando un poco de saliva en el gesto. Lo realmente duro es lo carísimo que resulta ese insaciable apetito de querer saber todo cuanto se cuece fuera de nuestro radio de alcance, cuando aquel es satisfecho. Porque cuando averiguamos, conocemos… aterrizamos, cuando somos partícipes de otras realidades, entonces ese saber trae consigo respuestas que a menudo hieren más, mucho más, que el desconocimiento. Nos alejan de la realidad que nuestra mente había diseñado y nos aloja en un espacio aterrador y cruel; ese lugar en el que se cruzan los pensamientos que nos recuerdan que mientras sentíamos, decíamos y actuábamos de un modo concreto, en la otra orilla sentían, decían o actuaban de un modo incompatible al nuestro. Y entonces…, ¡ay, entonces!... nos sentimos enormemente estúpidos e ingenuos.

 

Querer saber nos arranca inocencias, altruismos, fes y generosidades… Ese es su precio por llevarnos a habitar tierras hostiles de las que jamás regresamos, a cambio de otorgarnos en don de la vista.

 

  • Compartir:

Tal vez te guste...

0 comentarios