Giro
y giro sobre mí misma, y sin embargo no consigo que el sueño me enganche la
cintura. Hoy soy presa difícil, no lo niego; y al tiempo víctima atrapada de
mis meditaciones. Me desquicia el sonido de esta lluvia y me empuja a escupir
mis ideas y ponerlas en orden. Coloco de nuevo mis pies en el suelo desde la
cama.
Una
espiral se enreda incansablemente en mi cabeza: ¿por qué callar? Tiro del hilo
enmadejado por mis vulnerabilidades, busco respuestas alojadas en mi
subconsciente y le doy un portazo al más mínimo trazo de inseguridad. Acepto de
buen grado enmudecerme por prudencia e incluso considero que es la elección más
sabia; por si un impulso envenenado me mancha la mirada. ¿Pero por miedo?...
¡nunca!
Poner
encima de la mesa las cartas de la vida es mi primera regla y cualquier
retroceso alimenta de nuevo un envejecido y ajado desasosiego. Por tanto,
¡reacciono! Me levanto en armas contra mí misma. Y pronuncio un grave y
encendido: “sin piedad”. Ha sido arduo, farragoso y eterno el camino recorrido
como para permitirme un retroceso que me desvíe de mis principios o me haga
tambalearme de mi esforzado asiento. Ya lo dije: caiga quien caiga…, y sin
mirar atrás.
(Intentaré
dormirme. Contando uno tras otro los pasos de mis tácticos planes. Ya voy
cogiendo el sueño…).
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