Tiempo
al tiempo, me dije. Reconozco que tal vez un día pensara que a destiempo, pero
ya no. Equivoqué el cálculo y me alegro.
Llegará
el momento idóneo, ¡calma! Y traerá a la orilla los restos del antiguo
naufragio de un galeón majestuoso que siempre mereció la superficie.
Prefiero
las indecisiones que los precipitados fallos frutos del pánico, esos que
alejan, conducidos por racionales dudas. Comprensiblemente humanas,
factiblemente superables, voluntariamente aniquilables. A su debido tiempo. Y
al mío.
La
huida hacia adelante no funciona, vuelve la esquina y reaparece. Es estigma
sangrante de lo innegablemente omnipresente, de lo escrito en la piel de los
suicidas de lo correcto, sed insaciable de lo no consumido. Palabras
pronunciadas con la boca pequeña que, en menos de lo que nos alcanza el sueño,
nos desdicen de lo afirmado con la solidez de una máxima filosófica. No merecen
la pena, son efímeras y no nacen del convencimiento. ¿A qué decirlas, pues?
Calla y espera.
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