A mis 38 son ya un número considerable las veces en las
que he tenido que pararme a analizar las relaciones personales y los porqués de
lo efímero de muchas de ellas. ¡Y las que te rondaré…, rubia! Porque me temo
que esto no ha hecho más que empezar. Naturalmente, a todos nos llega una edad,
un momento, en que los distanciamientos pesan y pueden volverse incluso
verdugos de nuestra autoconfianza. Un acto de introspección en el que seamos
capaces de generar autocrítica y entonemos la consiguiente mea culpa es sano y
maduro, por supuesto que sí, pero existe un paso evolutivo posterior y consiste
en aceptar quiénes y cómo somos. Principalmente porque, por añadidura, eso nos
llevará a la mejora de nuestras relaciones sociales, o cuando menos a rebajar
el grado de sufrimiento que en ocasiones nos provocan.
Olvidémonos
momentáneamente de los aspectos negativos de nuestro superyó freudiano y seamos
por una vez benévolos con nosotros mismos. Pensemos: ¿cuántos amigos hemos
perdido por el camino?, ¿cuántos fracasos amorosos?, ¿cuántos distanciamientos
familiares?, ¿y enemistades laborales? Habrá quienes se agobien con la sola
idea de hacer una lista. Y habrá, como oí ayer mismo, quien se lamente y
castigue por sentir que va dejando cadáveres por el camino. Voy a tratar de
hacer un examen constructivo y advierto ya que este va únicamente destinado a
aquellos que, como he dicho anteriormente, han desarrollado suficientemente su
capacidad de autocrítica. Por tanto: absténganse todos aquellos que no son
capaces de asumir sus propios fallos e incapacidades sociales, porque esa
asignatura es de primer curso y lo que aquí planteo es un proyecto fin de
carrera.
Cuando entablamos una relación del tipo que sea se
establecen una serie de vínculos sentimentales provocados por un número
infinito de razones. Puede venir dada por nacimiento -como en el caso de las
relaciones familiares no directas-, o puede deberse al compañerismo, al
enamoramiento, al interés,… Pero, sea cual sea el caso, inmediatamente se firma
un pacto intangible entre ambas partes. Y ese es el quid de la cuestión: dicho
lazo nos empuja a unas normas de conducta basadas en el respeto y la lealtad,
pero su condición de invisibilidad hace que debamos depositar en él una fuerte
dosis de fe. Damos y esperamos que nos sea devuelto en la misma medida. ¿Y qué
ocurre cuando llega la decepción? Cuando esa persona nos falla, nos traiciona,
nos es desleal… el primer arranque es el de arremeter contra ella. Y
posteriormente, con la tristeza, nos victimizamos preguntándonos qué hemos
hecho mal para añadir otra muesca a nuestro revólver.
Cabe la posibilidad de que no hayamos sido capaces de
identificar que el arraigo de esas personas hacia ti resultaba más superficial
de lo que tú creías. Y sin entrar en las razones que mueven a muchos a no
profesar un cariño desinteresado y profundo, sí que hay que admitir que no
todos se dejan cautivar o seducir de igual manera. Viviremos con gentes que en
determinados periodos se deslumbren contigo y llegues a creer que de forma casi
inmediata se ha desarrollado un lazo afectivo imbatible. Pero ¡ojo!, sabemos
que pocas veces esto es así. La belleza es suficiente para muchos. La cuestión
es saber diferenciar si esa persona se ha enganchado al retrato más superficial
o unidimensional, o si ha conseguido conectar con ella en el sentido más
amplio, concebida como una suma de elegancia, autenticidad, gracia, delicadeza,
sensibilidad, atracción física, ingenio..., características que aúnan tanto la
hermosura externa como la interna.
Es aquí cuando aparece nuestra responsabilidad en el
asunto. Hemos de poner a funcionar el autoanálisis para medir nuestro grado de
acierto al haber considerado a esa persona como alguien afín. Y de igual modo
para calibrar la profundidad de su enganche a ti. ¿Cómo saberlo?, ¿cómo saber
que un amigo del alma daría la cara por ti del mismo modo que tú crees que lo
harías por él? Poniendo todo de tu parte para conocer a esa persona al tiempo
que te estás dando. Por más que sea comprensiblemente humano y natural, no nos
ceguemos por nuestros sentimientos. Con la serenidad y perspectiva adecuadas
llegaremos a saber si estamos ante alguien realmente sensible y esto vendrá
unido a que tengas la intangible certeza de que lo que esa persona ama y admira
de ti es tu belleza en el sentido más completo del concepto. Todos vamos
dejando pistas por el camino y esto me recuerda a una íntima reflexión que me
ha llevado muchas veces a pensar e incluso verbalizar que nunca podría entablar
una relación sólida con ninguna pareja, amigo, familiar, compañero…, demasiado
alejado de mi grado de sensibilidad y concepto ante la vida. De acuerdo con que
no siempre estamos al cien por cien, pero hay quienes son absolutamente
incapaces de apreciar esa belleza a la que me refería antes. Se requiere una
sensibilidad extra, altruismo, búsqueda de los ideales, artística delicadeza… Y
nada tiene que ver con la madurez o inteligencia emocional, porque no nos
confundamos, esta puede estar aún subdesarrollada, pero eso ya es harina de
otro costal. Tiene que ver con la forma de amar lo material y espiritual, la
calidad de nuestros actos, a las personas… Y asimismo con aceptar sin modestia,
si se da el caso, que tu capacidad de amar puede ser mayor a la de muchos
otros.
Así que cuando entregues a los demás, no esperes nada. Y
si lo haces, al menos asegúrate de que esa persona está en verdadera sintonía
contigo, porque en esto no hay hojas de reclamaciones.
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