PACTO SOCIAL

By María García Baranda - noviembre 27, 2013

A mis 38 son ya un número considerable las veces en las que he tenido que pararme a analizar las relaciones personales y los porqués de lo efímero de muchas de ellas. ¡Y las que te rondaré…, rubia! Porque me temo que esto no ha hecho más que empezar. Naturalmente, a todos nos llega una edad, un momento, en que los distanciamientos pesan y pueden volverse incluso verdugos de nuestra autoconfianza. Un acto de introspección en el que seamos capaces de generar autocrítica y entonemos la consiguiente mea culpa es sano y maduro, por supuesto que sí, pero existe un paso evolutivo posterior y consiste en aceptar quiénes y cómo somos. Principalmente porque, por añadidura, eso nos llevará a la mejora de nuestras relaciones sociales, o cuando menos a rebajar el grado de sufrimiento que en ocasiones nos provocan.
Olvidémonos momentáneamente de los aspectos negativos de nuestro superyó freudiano y seamos por una vez benévolos con nosotros mismos. Pensemos: ¿cuántos amigos hemos perdido por el camino?, ¿cuántos fracasos amorosos?, ¿cuántos distanciamientos familiares?, ¿y enemistades laborales? Habrá quienes se agobien con la sola idea de hacer una lista. Y habrá, como oí ayer mismo, quien se lamente y castigue por sentir que va dejando cadáveres por el camino. Voy a tratar de hacer un examen constructivo y advierto ya que este va únicamente destinado a aquellos que, como he dicho anteriormente, han desarrollado suficientemente su capacidad de autocrítica. Por tanto: absténganse todos aquellos que no son capaces de asumir sus propios fallos e incapacidades sociales, porque esa asignatura es de primer curso y lo que aquí planteo es un proyecto fin de carrera.
Cuando entablamos una relación del tipo que sea se establecen una serie de vínculos sentimentales provocados por un número infinito de razones. Puede venir dada por nacimiento -como en el caso de las relaciones familiares no directas-, o puede deberse al compañerismo, al enamoramiento, al interés,… Pero, sea cual sea el caso, inmediatamente se firma un pacto intangible entre ambas partes. Y ese es el quid de la cuestión: dicho lazo nos empuja a unas normas de conducta basadas en el respeto y la lealtad, pero su condición de invisibilidad hace que debamos depositar en él una fuerte dosis de fe. Damos y esperamos que nos sea devuelto en la misma medida. ¿Y qué ocurre cuando llega la decepción? Cuando esa persona nos falla, nos traiciona, nos es desleal… el primer arranque es el de arremeter contra ella. Y posteriormente, con la tristeza, nos victimizamos preguntándonos qué hemos hecho mal para añadir otra muesca a nuestro revólver. 
Cabe la posibilidad de que no hayamos sido capaces de identificar que el arraigo de esas personas hacia ti resultaba más superficial de lo que tú creías. Y sin entrar en las razones que mueven a muchos a no profesar un cariño desinteresado y profundo, sí que hay que admitir que no todos se dejan cautivar o seducir de igual manera. Viviremos con gentes que en determinados periodos se deslumbren contigo y llegues a creer que de forma casi inmediata se ha desarrollado un lazo afectivo imbatible. Pero ¡ojo!, sabemos que pocas veces esto es así. La belleza es suficiente para muchos. La cuestión es saber diferenciar si esa persona se ha enganchado al retrato más superficial o unidimensional, o si ha conseguido conectar con ella en el sentido más amplio, concebida como una suma de elegancia, autenticidad, gracia, delicadeza, sensibilidad, atracción física, ingenio..., características que aúnan tanto la hermosura externa como la interna.
Es aquí cuando aparece nuestra responsabilidad en el asunto. Hemos de poner a funcionar el autoanálisis para medir nuestro grado de acierto al haber considerado a esa persona como alguien afín. Y de igual modo para calibrar la profundidad de su enganche a ti. ¿Cómo saberlo?, ¿cómo saber que un amigo del alma daría la cara por ti del mismo modo que tú crees que lo harías por él? Poniendo todo de tu parte para conocer a esa persona al tiempo que te estás dando. Por más que sea comprensiblemente humano y natural, no nos ceguemos por nuestros sentimientos. Con la serenidad y perspectiva adecuadas llegaremos a saber si estamos ante alguien realmente sensible y esto vendrá unido a que tengas la intangible certeza de que lo que esa persona ama y admira de ti es tu belleza en el sentido más completo del concepto. Todos vamos dejando pistas por el camino y esto me recuerda a una íntima reflexión que me ha llevado muchas veces a pensar e incluso verbalizar que nunca podría entablar una relación sólida con ninguna pareja, amigo, familiar, compañero…, demasiado alejado de mi grado de sensibilidad y concepto ante la vida. De acuerdo con que no siempre estamos al cien por cien, pero hay quienes son absolutamente incapaces de apreciar esa belleza a la que me refería antes. Se requiere una sensibilidad extra, altruismo, búsqueda de los ideales, artística delicadeza… Y nada tiene que ver con la madurez o inteligencia emocional, porque no nos confundamos, esta puede estar aún subdesarrollada, pero eso ya es harina de otro costal. Tiene que ver con la forma de amar lo material y espiritual, la calidad de nuestros actos, a las personas… Y asimismo con aceptar sin modestia, si se da el caso, que tu capacidad de amar puede ser mayor a la de muchos otros.
Así que cuando entregues a los demás, no esperes nada. Y si lo haces, al menos asegúrate de que esa persona está en verdadera sintonía contigo, porque en esto no hay hojas de reclamaciones.

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