A TI, QUE ME IMPULSASTE A NO CALLAR MI VOZ
By María García Baranda - enero 19, 2014
La
herencia recibida, el más amplio horizonte de recuerdos
que
habitaban un cuerpo casi niño. Aún perduran.
Dudabas
el dejarnos un perenne legado,
sostenido
en el cálido abrigo de la seguridad tangible.
Olvidabas
entonces mirarnos a los ojos,
en
los que ya se hallaba la semilla injertada.
Palabras
de quien pudo medir, únicamente tú,
el
trayecto de un tren cubierto de neblina.
Tanto
sé, cuánto más desconozco.
Tu
otra mitad se admira en el orgullo.
Trazaba
entonces un mapa dibujado en carbón,
sin
experiencia, acaso dando pasos a tientas sobre el barro.
Corazón
tan blanco. No puede ser más grande la mujer.
Tanto
amor nos entrega, cuánto más recibimos.
No
me avergüenza gritar a quien me encuentre
que
tengo la certeza de tocar con los dedos
tu
mirada saciada. Tu simiente
no
sería posible en modo alguno sin ti.
Sin
ella.
Tanto
enseñado, cuánto más aprendido.
Me
prometí entonces, nunca más. Sin añadidos
que
me obligaran a padecer más pérdidas.
Qué
equivocada estuve, desconocí un momento
que
nos dejaste Amor. Hoy lo entrego a raudales.
Es
ese tu legado y lo mantengo. Lo juro.
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