¿No os ha pasado nunca que de pronto, y sin saber por
qué, sentís que estáis regalando vuestra vida? Creo que no hay sensación más
espantosa, en cuanto a caminar vital se refiere, claro está. Comienza por un
simple pálpito sin forma alguna, seguido por una sencilla reflexión acerca de
la causa de que tal idea te venga a la cabeza. Y ahí, creo que es rara la
ocasión en la que te desdices, pues esa primera impresión suele ser desgraciada
y aciagamente la correcta.
Se puede estar regalando la vida a un proyecto que no
acaba de madurar, a un trabajo que frustra y nos corta las alas de la
autorrealización, a una pareja que ya está muerta, a un sueño que no se
alcanza, a una obstinación de la que ni siquiera tenemos la certeza de querer
realmente…, a miles de aspectos por los que nos traicionamos de la manera más
cruel. Y más doloroso aún que esa traición, que el anclarnos a algo que no nos
conviene o no nos hace felices, es el hecho de ser al fin conscientes de ello,
porque en ese momento el peso de la responsabilidad cae como una pesada losa
sobre nuestros hombros. Aparece la impotencia, desde luego, pero principalmente
la culpa por ser consentidores. A partir de ese cruce en el camino ya no hay
disculpa, porque habremos de oír, me temo, eso de: tenemos lo que nos
merecemos. Y o mucho me equivoco, o esas palabras serán en primer lugar
pronunciadas por nuestro más severo crítico: uno mismo.
¿Y qué hacer en tal caso? Actuar, desde luego que sí,
pero sabemos que la verdadera complejidad aparece mucho antes, justo en el
momento de calibrar si realmente ha caído la gota que colma el vaso. Bien es
cierto que en determinadas circunstancias es fácil de detectar, pero en muchas
otras dudamos sobre si el romper con algo es un signo de madurez e
inteligencia, o es en cambio una rendición por agotamiento. Más difícil aún si
se posee una personalidad tenaz y luchadora, pues no suele ser cosa de gusto
admitir que te retiras de ese proyecto al que le has puesto tantas, tantísimas
ganas, tiempo, esfuerzo…, media vida y el corazón entero. ¿Cómo saber que estás
perdiendo el tiempo o incluso regalando tu vida?
Ojalá tuviera la respuesta. Naturalmente no es así. Solo
me queda diseñar un plan de emergencia que espero ir mejorando con los años y
que, si lo pienso bien, creo que ya he practicado en varias ocasiones.
Mi lista comienza por potenciar la intuición, porque esa
sí que puede ayudarnos, si sabemos desarrollarla inteligentemente. En segundo
lugar, echar un ojo al calendario, pues si retrocedes unas cuantas páginas y
descubres que llevas demasiado tiempo sin variaciones, es que algo chirría y
¡mucho! En tercer lugar, ayuda al ser consciente de que has entendido que
incluso los contratos vitalicios pueden romperse, independientemente de con
quién estén firmados. Y como última pista, cuando, aunque sea por un segundo,
te sientes capaz de armarte de los arrojos necesarios para perderle el miedo al
inherente carácter cíclico de nuestra existencia. La cuadratura del círculo,
vamos.
Ahí estás listo salir a la arena, para ponerte manos la
obra, para comenzar la casa -incluso por el tejado-, para romper y rasgar
vestiduras… Lo que sea para no sentir que estamos hipotecando, malvendiendo o
incluso regalando nuestra vida.
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