Creo que me pasé de cafés y pensamientos. Otra vez el
insomnio se quedó a dormir conmigo, aunque no me incomoda, le hago sitio. De
nuevo en pie porque hay en él un leve rasgo de líquida complicidad que se cuela
cuando no lo miro. Quizá inconscientemente sea yo quien lo atraiga para charlar
un rato y brindarme una tibia compañía ¿Será de fiar?
Me
siento en el borde del camino y contemplo mientras me habla al oído. Algo me
dice, no lo entiendo, pero intuyo que me empuja a que salte. Pero ¿hacia
dónde?
Algo me tiene un tanto inquieta últimamente. Rozo el mal
humor, pero solo a ratos, como cuando sabes que algo escuece y te olvidas de
protegerte la piel. Me descubro mordiéndome las uñas, paseando en redondo,
distrayéndome…, y presiento se trata de ese no saber hacia dónde dirigir mi
salto. Pero el insomnio tiene razón. He de saltar.
Y acabo de darme cuenta… una sola cosa pendiente, tan
solo una que me impide completar un ciclo de autodeterminación. Si juré que
nunca más nada (ni nadie) habría de dirigir mis pasos, ¿no debería hacer
recuento y ver si realmente lo cumplo a rajatabla? Me temo que aún queda algún
asunto por resolver.
Siempre lo hay, eso no es problema, c’est la vie! Aunque
si tras medir su magnitud y su fuerza de influencia, resulta que esta es mucha,
el asunto en cuestión habrá de tomar carácter de urgencia.
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