Yo que, con
la espada aferrada a mis manos,
asida
reciamente la firme empuñadura,
me rearmo y
proclamo imbatibilidades.
Yo que a
cada pisada marco las muescas
del peso
inespecífico de mi larga andadura.
Yo que visto
mis labios de rotundas proclamas que me nacen del vientre.
Me envuelvo
hoy imparablemente enroscada
en los hilos
más frágiles de una vulnerabilidad buscada.
No soy tan
férrea, no lo pretendo.
No quisiera
hacerme jamás roca impenetrable,
sino dejarme
ir por las primeras luces
de una
mañana que se intuye deslumbrante.
Consciente
como soy de caer a veces
en la maraña
de la irracionalidad absurda,
conozco el
modo de desenredarme
de aquello
que no sigue el natural compás de lo sencillo.
Y que la
madrugada traiga hasta mis manos
las
respuestas que solo el tiempo posee.
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