Leí por ahí las palabras que dan título a estas letras.
Pensé: “¡Buen propósito el de marcarse sueños que alcanzar!, pero… ¿es
posible numerar y acotar los sueños sin con ello asfixiarlos?” Observándolo
con pragmatismo siempre hay que empezar por algún punto, y alcanzar diez
sueños, nada menos, no es de desdeñar. Así que inmediatamente me puse manos a
la obra, traté de pensar en una lista que recogiese mis anhelos
vitales y decidí quedarme con ese número.
El 10 es un número redondo, agradable a la vista incluso.
Es divisible entre 2, luego compartible. También es fácilmente multiplicable y
elevable a la enésima potencia. Es, por tanto, revisable, renovable y
ampliable; susceptible de flexibilizarse según las circunstancias de vida. Por
ende, aquí van mis 10 sueños que cumplir antes de morir. Algunos de ellos son
auténticos retos de vida. Otros tienen el aspecto y el color de las cosas
pequeñas, esas que en apariencia pueden resultar insignificantes, pero que al
final conforman la verdadera esencia de nuestra existencia.
1. Saber
que he amado profundamente y sin vacilaciones. Coloco en primer lugar
lo que sin duda es mi mascarón de proa. Y matizo que incluyo en él el deseo de
que cuando llegue el final de mis días, sienta que me he apasionado por todos y
cada uno de los seres que han ocupado mi corazón, por todos proyectos que haya
emprendido e incluso por cada llanto derramado.
2. Aprobar
el examen del autoconocimiento. No cejar en el empeño de analizar mis
emociones y mis pensamientos, extrayendo aprendizajes, asumiendo errores y
proyectando planes de mejora.
3. Tener
siempre un sueño entre las manos. Porque cuando uno se extingue, se
cumple o se desecha, es preciso comenzar a replantearse el siguiente como si
del único motor de vida se tratara.
4. Dejar
una huella indeleble en los seres con los que me ido cruzando. Y que
esa huella, ese granito de arena, haga sonreír en silencio a esas personas al
oír mi nombre. Consiste este sueño, por lo tanto, en saber que de un modo u
otro he podido ofrecerles complicidad, compresión y hasta un pedacito de
felicidad.
5. Ser
madre. Y escribo estas dos palabras con un respeto pavoroso por varias
razones. Porque es un sueño que tuve ya hace tiempo y que desconozco si será
factible. Porque hoy por hoy he llegado a asumir la incertidumbre de que eso
suceda, o al menos he llegado a pensar que no es algo que dar por hecho. Porque
este cuarto sueño tiene mucho que ver con el que coloqué en primer lugar.
6. Tener
a mi lado el compañero de vida exacto. Ese con el que me sienta y al
que haga sentir en casa desde el primer segundo. Con quien con solo mirarnos en
silencio, con solo escuchar las primeras notas de una canción, sepamos ambos lo
que se nos cruza por la cabeza. Ese con el que una caricia mutua nos haga saber
que no necesitamos nada más. Con quien la mutua admiración nunca se agote. Ese
con quien compartir locuras y risas inagotables. Con quien recorrer el mundo y
no perder jamás el espíritu de aventura.
7. Escribir
el poema perfecto. Condensar en un número limitado de palabras la
intensidad exacta de mi yo más íntimo. Cada letra, cada pausa en su lugar
preciso, conformando así un baile en perfecto equilibrio que reúna en su haber
el pulso exacto de mis sentimientos.
8. Ver
mis textos en cuantas manos sea posible. Y mover las almas, enganchar
las mentes. Y revolver el interior de cuantos lean mis palabras. Y servir de
ayuda. Y dejarme ver sin restricciones.
9. Recorrer
los cinco continentes en mis viajes. Perderme por un mundo que nada
tiene que ver con el que se nos ha diseñado. Conocer a cada paso la verdadera
esencia del ser humano en el aroma de cada rincón, en el sabor de cada plato.
Sentarme a observar el brillo de los ojos con los que me cruzo y a escuchar
palabras que quizá no entienda, pero pueda alcanzar a comprender.
10. Saber
que viví con pasión cada movimiento efectuado. Y sonreír plena. Y cerrar los
ojos satisfecha.
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