Y es que ahora que lo pienso bien, creo que no te quiero.
No. No te quiero.
Es más bien… ¿cómo explicarlo?
Es tan solo que las manecillas se empeñan en girar sin mi
permiso dos vueltas completas al día mientras las miro absorta. Pero quererte… no,
no te quiero.
Es que me acurruco en mí misma y salto y brinco y vuelvo
a enroscarme ocho veces al día. Pero quererte… no, no te quiero.
Es que alguna idea, o dos, o tres, se me escapan sin
aviso previo y las atrapo a lazo. Pero quererte… no, no te quiero.
Es que me disfrazo de suicida siete días por semana. Pero
quererte… no, no te quiero.
Es que tengo mi maleta de marcha preparada, pero siempre
me olvido de comprar el billete. Pero quererte… no, no te quiero.
Es que no sé si río llorando o lloro riendo, o ambas
cosas a un tiempo y bien mezcladas. Pero quererte… no, no te quiero.
Es que me brotan las palabras sin el mínimo recato y me
asaltan los silencios cada vez que intento pronunciarme. Pero quererte… no, no
te quiero.
Es que la osadía consciente y la inconsciencia osada se
me han pegado a la piel. Y a mis letras. Pero quererte… no, no te quiero.
Es que sonrío al escribir estas palabras ciegas sin
importarme lo que traiga el calendario. Pero quererte… no, no te quiero.
Es que avanzo por las páginas de un libro escrito en una
lengua ininteligible que incomprensiblemente comprendo yo tan solo. Pero
quererte… no, no te quiero.
Es que bailo desnuda una armoniosa danza al son de un
ritmo que escucho de esos labios tuyos. Pero quererte… no, no te quiero.
Es que es la primera vez que me repito a cientos la
palabra vivir. Pero quererte… no, no te quiero.
Porque eso no es querer. Es un nuevo concepto al que
tendré que buscarle un nombre antes no usado. Un nombre al menos con dos
docenas de letras y un par de tildes.
0 comentarios