EN ESA COORDENADA DONDE SE SABE AMAR UNO ES FELIZ

By María García Baranda - junio 21, 2018




"La felicidad es amor, no otra cosa. El que sabe amar es feliz".
Hermann Hesse


   ¿Se puede ser feliz sin amor? Hay quien dice que sí, que no es imprescindible para sentirse lleno. Y hay del mismo modo quién lo niega en rotundo. Yo no lo sé. Y si lo sé me guardo las razones para mí, que esas solos son mías. Se suelen referir esas personas al amor de pareja, aclaremos, pues amores hay muchos afortunadamente, eso es bien cierto. Y así hay quien lo venera y quien lo mira por encima del hombro, quien deposita en él todo cuanto precisa para sentirse pleno, quien lo entiende y quien no. Y aquel que lo rechaza como el peor veneno. Todo hay. Lo cierto es que yo misma me recuerdo persiguiéndolo siempre. Incluso sin hacerlo, cuando no lo buscaba o me escocía, también lo perseguía. Pero no como se sigue a una presa, como a quien le obsesiona que lo quieran, como se busca oro o se va detrás de un ideal, no. No a la desesperada o fuera como fuera, eso jamás. Y no para amasarlo cual fortuna. Mi búsqueda era más práctica, más de llevar a cabo con aquello que tenía entre mis manos y un dar a manos llenas, esas mismas, las mías. Escapándoseme entre los dedos las ganas de contagio. Se trataba más bien de alguna ensoñación, de revolverme en un charco en el que repetir mil veces lo sentido por dentro, sin tener que callarlo, frenarlo, apaciguarlo, menos aún disimularlo. Pregonarlo a diario o pensarlo en silencio. Y no creer jamás que me hacía cansina en mi necesidad de pintar cuánto y cómo es que quiero. Es mío y punto. Siempre fui detrás del amor, sí, pero no para alcanzarlo a todo precio, ni para conjurarlo a vida o muerte, pues yo ya lo tenía. Yo lo tenía en mí. Y por toneladas. Lo que yo perseguía realmente era nunca perder lo que es para mí amar. Y dejar que creciera, que cambiara de hábitat y se hiciera maduro. Darme cuenta de todo lo que no era tan sano y cambiar los cimientos. Convertirme tal vez en lo contrario de lo que un día fui, allá en un remotísimo pasado y actualizar el modo. Y sacudirme el polvo de todas mis torpezas, que tengo unas poquitas de esas. 

    Yo no sé si sé amar, si hay un modo correcto, si esto es una destreza o si es analizable. Yo solo sé sentir con mis defectos, mis fallos, mis cabreos sin tono, mis varios patinazos y mi incondicionalidad contra todo pronóstico. Con esa sobre todo. Si es que eso es amar, entonces yo sí sé. Y si sé, soy feliz, eso es seguro. Pero estoy convencida -de eso siempre lo he estado-, de que es un ejercicio inacabable. Y que nunca se aprende. Que es eterno, constante, sumativo y flexible. Y que es ahí justamente donde somos felices, en esa coordenada en la que se cruzan lo aprendido, lo vivido, lo sentido, lo aplicado con tino y lo desatinado. Lo muy y tan deseado, lo proyectado al futuro con los ojos cerrados, lo bien hecho, lo rogado a los cielos y el fallo por idiotas, egoístas o necios. Lo protegido como el mejor tesoro, lo equivocado por orgullo o poco aprecio, lo regalado con las mejores intenciones, lo que nos llena el alma con un pequeño gesto y lo que enamoramos solo con caminar. Justo ahí. Donde actuamos justos, donde nos somos justos. En esa coordenada donde habita el amor, donde uno aprende a amar y uno es feliz. Tan solo con saber. 



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