¿Qué es lo que hace distinguirse a un ser frente al
resto?, ¿qué lo convierte en un ser especial? El adjetivo especial es
semánticamente tan amplio y abstracto que podría llegar a adaptarse a tantas
características, como visiones diversas de los rasgos humanos tiene quien lo
pronuncia. “Diferente”, “peculiar”, “poco común” acaso, son sus semas más
básicos. Profundiza ya en rasgos positivos, en cualidades concretas, cuando
este determina a alguien inspirador de afecto o ternura.
En los tiempos que corren, bastante tintados de
deshumanización, por cierto, son los valores personales los que han visto
perdida su batalla frente a la apreciación de alguien en virtud de los éxitos
que este alcanza. Estos casi siempre suelen estar acotados en un ámbito
profesional. Así, llama la atención del público un individuo X en el momento en
el que obtiene un determinado logro a la vista de todos. Y recalco esto último:
a la vista de todos. Tal triunfo suele además ser medido según el ruido que
este provoque. Ha de oírse, causar mucho estruendo, escandalizar y si va
acompañado del tintineo de unas monedas, ¡miel sobre hojuelas! Éxito
profesional acompañado de fama, gloria y fortuna. ¡No sé lo que has
hecho, pero que se vea! Lo cierto es que se llega a perder la perspectiva de lo
que sería realmente tal éxito: lograr el objetivo primordial perseguido por el
desempeño de tu trabajo. Pondré un ejemplo. Si en el día a día de mi profesión,
la enseñanza, un docente consigue que un alumno, o dos, o tres…, o toda una
clase se motiven hacia el aprendizaje, conecten con él y crezcan personalmente,
habrá logrado su éxito. Si los padres de esos alumnos depositan su confianza en
su labor y al final del camino están satisfechos con el resultado, habrá
logrado su éxito. Y será un docente en el anonimato social, lejos de la
popularidad de los medios y con unos ingresos que le permitan vivir de lo que
más le apasiona, sin más y sin menos, pero…habrá logrado su éxito.
Creo que queda fuera de toda duda que la mencionada
perspectiva se encuentra un tanto desviada del epicentro de la cuestión. Pero
es que el asunto es aún más peliagudo. Calibrar las virtudes de un ser humano
en función de cuánta fama consiga acumular resulta, como poco, simplista; por
no decir que es incluso obsceno. A título personal diré que jamás se me
ocurriría calificar a un ser de especial, sin centrarme única y exclusivamente
en la pasta de la que está hecho por dentro.
Comencé estas letras afirmando que el significado
esencial de tal adjetivo se encuentra precisamente en representar lo diferente,
lo poco habitual. Y es ahí justamente de donde parto. En estos tiempos, los
míos -no sé si mejores o peores que los precedentes o que los que hayan de
venir-, tildo a alguien de especial cuando coloca la calidad
humana a la cabeza de los rasgos de un individuo. Habitualmente suele tratarse
de alguien que, a pesar de tener la mochila cargada de verdaderos retos de vida
y haber sorteado algún que otro varapalo, sigue hacia delante con las ganas
colocadas en una alta cota. Alguien que no pierde la fe en el ser humano, ni en
sí mismo, aunque a veces dude de hacia dónde va. Alguien que no se ha olvidado
de entregarse al resto, ni se ha vuelto un témpano de hielo con el devenir de
los tiempos. Alguien implacable contra la crueldad humana. Alguien que se sabe
libre para sentir y expresar esos sentimientos con la mayor de las
generosidades y sin pudor alguno. Alguien que no vende su esencia y sigue
siendo leal a sí mismo. Alguien que por tales motivos me hace voltear hacia él
la cabeza y no querer volverla a su posición anterior nunca más. Ese…, ese es
un ser humano especial y lo demás es cobardía.
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