LA PODEROSA FUERZA DE LAS BUENAS INFLUENCIAS
By María García Baranda - septiembre 06, 2015
Primera semana del mes. Y del curso. Para los que nos
dedicamos a esto de la enseñanza, el comienzo del curso es el verdadero
pistoletazo de salida del año. No el 1 de enero, ni las campanadas de año
nuevo, sino el día en el que ponemos de nuevo el pie en el aula. Desde que
éramos niños es así, midiendo el tiempo por cursos escolares y, en nuestro
caso, al saltar al otro lado de la mesa, tal percepción continúa. Seguramente a
muchos de nosotros la deformación profesional nos lleva a plantearnos la vida
como si de proyectos que poner en marcha se tratara. Proyectos que se inician;
algunos que concluyen después de un tiempo; y otros que se van nutriendo con el
rodaje diario y que, afortunadamente, nunca acabarán (cada vez soy más tendente
a estos últimos, por cierto). La sensación de comienzo se impregna en la piel
casi de forma indeleble. La cuestión es que la arrancada ya está hecha y a mí
se me dibuja como una etapa absolutamente renovadora. Profesionalmente hablando
no habría de ser sustancialmente distinta a las anteriores, pero he de confesar
que me enfrento a ella con aires nuevos. Hay parte de nuevo reto, sí, pero si
he de ser sincera -y por qué no serlo-, bien sé que se trata sobre todo de una
predisposición absolutamente particular. Y es que esta se contextualiza en un
momento vital y personal muy dulce.
Y me pregunto, a pesar de saber la respuesta, ¿qué es lo
que nos da la fuerza para entusiasmarnos con lo que conforma nuestro día a día?
Muchas de las etapas que vivimos ruedan por la fuerza de la inercia.
Agradecemos lo que tenemos, pero al tiempo somos conscientes de que unos gramos
más de emociones no nos vendrían mal y si estas son profundas, mejor que mejor.
Y de pronto, sin esperarlo, nos motivamos. Algo nos hace ponernos
repentinamente en pie y desplegar nuestras alas. Algo que se llama: ilusión.
Las
posibles motivaciones que nos fortalecen y nos hacen comernos el mundo pueden
provenir de los más diversos orígenes, pero bien sé que la fuerza motriz más
potente tiene siempre un componente humano. Constantemente nos cruzamos con
personas nuevas. Muchas de ellas pasan sin más, bien por no provocarnos una
reacción especialmente reseñable, bien porque no se muestran, o bien porque
nuestros ojos en ese momento no están preparados para ver. Pero del mismo modo,
y de manera escasísima, como si de un tesoro encontrado se tratase, de pronto
nos topamos con alguien que se nos dibuja como el más poderoso de los
estímulos. ¡Atención, entonces, suena la sirena! Ahí es cuando has de saber
reconocer que estás frente a una buena influencia en tu vida. Y ahí, querido,
no hay venda posible. Si en algún momento estuvo firmemente atada a tu nuca,
cae de golpe y con un gesto casi imperceptible. Si hubo voluntad de no
quitársela, esta se desvanece. Imparable. En tal caso, la “culpa” de que eso
suceda es doble: la calidad y esencia de la persona con quien te topas, y la
predisposición a decirse a uno mismo: aquí sí, en esto voy con todo el equipo.
Y que la vida hable, pero… ¡que haya vida! Los sentidos se han despertado.
Como ya he mencionado, se cuentan a pares las personas
que en un momento dado pueden llegar a consumirte la energía, a apagarte, o a
hacerte caminar con el piloto automático puesto. Yo ya he escrito aquí sobre
ello. Y muy, muy pocas son las que te provocan el efecto contrario. Por algo
será, algo tiene el agua cuando la bendicen. Así que, si esto te sucede,
agárrate con fuerza, no lo dejes pasar, abre bien los ojos y vive, pero sobre
todo dale las gracias por haberse cruzado en tu vida. Compartirse en el modo
que sea contigo, ya es un premio. Pase lo que pase, ya has ganado. Y como así
es, esta que aquí escribe se siente felizmente agradecida por ello y las da
desde la más absoluta humildad: gracias por ser un estímulo especial en mi
vida.
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